lunes, 3 de octubre de 2011

El fracaso de la clase política

El fracaso de la clase política
Cada vez más rápido y con mayor intensidad, las noticias y comentarios cotidianos nos muestran un panorama inquietante respecto del futuro político, económico e institucional del país. El problema viene de lejos y sus raíces se ubican varios decenios atrás, pero la situación urge de tal manera que hasta sería imprudente derivar este análisis hacia los componentes acumulados a través de esos años. En consecuencia, vamos a detenernos en el actual proceso en que se debate la Argentina, proceso que, tal como lo dijimos días atrás, demuestra que el gobierno está embarcado en una verdadera carrera contra el reloj para poder llegar a las elecciones de este mes con la suficiente holgura para que las medidas que inevitablemente deberá adoptar no le quiten los votos que necesita.
Lo más grave de lo que ocurre es que, pese a los anuncios y anticipos que desde los sectores más lúcidos se lanzan hacia el ruedo de la opinión pública, la mayor parte de sus integrantes se muestra renuente en aceptar los datos que circulan con insistencia y claridad. En primer lugar, las cifras palpables de la inflación llegan a la vida cotidiana con señales indicativas de que no se detendrá y que, por lo contrario, su crecimiento, por múltiples razones técnicas, repetirá una vieja y cíclica historia argentina. La avalancha de ciudadanos medios que diariamente compran pequeñas cantidades de dólares es una demostración palpable de lo que decimos. Esto viene acompañado de otro fenómeno concurrente y demostrativo de una próxima crisis social, que se producirá cuando el gobierno carezca de los recursos necesarios para continuar con su política de subsidios directos a más de ocho millones de personas, algunas de las cuales iniciaron una acción directa para reclamar aumentos de esos mismos subsidios. El argumento que esgrimen es simple y explícito: se hace necesario a raíz de esa inflación reconocida y la dádiva del Estado con recursos de los contribuyentes se expresa como un derecho irreversible e irrenunciable. Esto que dejamos dicho es nada más que el anticipo de un escenario cuyo final aún es impredecible pero que contiene un potencial de violencia que viene acompañado de versiones de toda naturaleza y otros sucesos que, o bien se mantienen ocultos o cuando salen a la superficie apenas permanecen unos pocos días en los comentarios públicos para decrecer paulatinamente hasta alcanzar el esperado olvido. Otro de los componentes de una talla escandalosa como es la estafa de las Madres de la Plaza de Mayo se extienden en el tiempo por razones políticas y se ahondan cuando desde el propio gobierno se reconoce que los entretelones eran conocidos, pese a lo cual nada se hizo y se mantuvo el giro de los aportes estatales que, obviamente, beneficiaron a numerosas personas. ¿Qué otra cosa es, si no, el reconocimiento del ministro De Vido sobre el escándalo que se desea centralizar en los hermanos Schoklender para tratar de soslayar las responsabilidades de Hebe Pastor de Bonafini...? Pese a la evidencia no hay reacciones y lo más revelador es que desde el campo político no se va más allá de algunas declaraciones que luego terminan en nada, exactamente igual que como sucedió con las denuncias del fraude electoral, pese a que éste perjudicó a los mismos políticos que se callan o disimulan el hecho, como si estuviesen cansados.
Podríamos elaborar una larga lista de temas similares con toda su carga alarmante, pero lo más destacable es la ignorancia de quienes ocupan el lugar de la dirigencia argentina -lo hacen como si estuvieran prestados para ubicarse en esa posición- sobre una realidad internacional que al comienzo se desestimó en la creencia de que los avatares económicos que se manifiestan en el mundo no afectarían a nuestro país. Obviamente, las advertencias resultaron inútiles -especialmente en el enfoque de la Presidente de la República respecto de su gestión- y demostraron que no existen estudios de prospectiva acerca de los factores estratégicos que se producen y modifican hora a hora, día a día. Por ejemplo, ni el Canciller, ni los ministros ni los asesores parecen estar al tanto del devenir político en los Estados Unidos, de la caída vertical del futuro político del presidente Obama, que perderá el poder frente a las elecciones norteamericanas del año que viene. Callan porque lo ignoran o no les interesa el fortalecimiento de la corriente más ortodoxa del Partido Republicano, de las conversaciones con la derecha Demócrata, los reclamos para corregir el déficit fiscal o las modificaciones que ocurrirán en el norte del continente, tanto en el campo militar como en otros elementos concurrentes a su política exterior. Aunque habrá excepciones, también se desconoce que el respaldo alemán a Grecia no será duradero, que el euro puede desbarrancarse, que la próxima desaparición física del venezolano Chávez incidirá en los planes kirchneristas o que Bolivia marcha hacia un proceso tan difícil que puede vaticinarse una cercana anarquía, con todas sus consecuencias regionales.
Es curioso que, pese a la relativa claridad de lo que ocurre y promete complicarse, nuestros políticos nada dicen al respecto y se desconoce cuál sería su pensamiento o recomendaciones para actuar cuando paulatina o bruscamente se produzcan o evolucionen los hechos previsible o imprevisiblemente. Tampoco opinan nuestros políticos sobre cómo interpretan los vínculos norteamericanos con China Continental -la principal propietaria de bonos de la deuda externa de los Estados Unidos-, circunstancia que convierte a estos vínculos en un factor que podría ser determinante para el futuro de nuestro comercio exterior. El tema nos lleva con naturalidad a la caída del precio internacional de la soja. Ésta constituye el mayor volumen de nuestros ingresos por exportaciones, que también comienzan a caerse respecto del Brasil, por lo que parece ser una progresiva devaluación del Real y el responsable temor de Dilma Rousseff por una eventual inflación que evitará a toda costa. La Argentina no marcha a contramano sino que lo hace sin rumbo fijo. Lo único que persiste es la vocación por mantenerla dentro de lo que da en llamarse “el modelo”, una propuesta que dentro de poco concluirá por comerse lo que queda de nuestras reservas y la precaria estabilidad social, cuyo desorden está impulsado, inexplicablemente, desde las alturas del poder político. ¿Qué decir de las contradicciones y la marcha a ciegas del ministro trovador, que actúa al margen de las realidades que animan la imposibilidad de obtener nuevos créditos externos...?
Frente a este escenario que hemos resumido apretadamente, en distintos medios donde se especula con la incontinencia kirchnerista por controlar al máximo a la opinión pública, orientar y limitar la información interna e ignorar el crecimiento de la inseguridad pública alimentada por un narcotráfico dominante en la vida de los diluidos partidos políticos y en el esquema creado para el manejo del poder, ya se vislumbrar posibles medidas que comenzarán a aplicarse apenas se conozca el resultado de las urnas. Coincidentemente, aumentarán las tensiones con la CGT, Hugo Moyano se defenderá con más y más presiones para cuidar los inmensos recursos de las obras sociales, se reabrirá el conflicto con el campo al que se le aplicarán más retenciones e impuestos y sobre la sociedad entera se volcará un ajuste de niveles insospechados para mantener la política de subsidios, los negocios adicionales que ya se derivan de este sistema que favorece a determinados funcionarios y finalmente, una falsa tranquilidad pública vivirá entretenida por un estudiado manejo televisivo y el estallido de sucesos atractivos para la inquietud popular. La degradación se incrementará de acuerdo con las circunstancias y la tolerancia con que serán recibidas, el sistema electoral se mantendrá incólume para el mejor control de una institucionalidad aparente y todo seguirá su curso al compás de las protestas de una ciudadanía que volverá a votar alegremente, con las mismas quejas de todos los días y resultados que pueden vaticinarse pero no serán escuchados.

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