domingo, 22 de enero de 2012

PANORAMA POLÍTICO NACIONAL DE LOS ÚLTIMOS SIETE DÍAS

Qué hacer para que “el show pueda continuar”
Ya concluye la convalecencia de la Presidente, que descansa en Chapadmalal. Aunque sus funcionarios -empezando por el vice, Amado Boudou- dan testimonio de que ella supervisó cada paso importante del gobierno en la última semana, la presencia constante es otra cosa. En un régimen hipercentralizado como el que ella encabeza, la distancia del que ocupa el número uno genera desconcierto, paraliza o adormece algunas reacciones. A estos casos también parece aplicarse la antigua frase rústica: “el ojo del amo engorda el ganado”.
¿No hubo acaso escasez de reflejos en el ministro de Agricultura, Norberto Yahuar, cuando diez días atrás imputó al campo “dramatizar” la situación de sequía? Alguien tuvo que corregirlo para que el funcionario, más tarde, se reubicara y diera cauce a los pedidos de emergencia agropecuaria que, al menos, permiten disponer de 500 millones para ayudar a los más afectados. La Presidente, que seguramente contabilizó el voto que en octubre (pese lo que se preveía) obtuvo en las zonas rurales, probablemente lamentó la rigidez original de su ministro
Más allá de que el acceso a la ayuda está sembrado de obstáculos y complicaciones burocráticas, los 500 millones de la emergencia agropecuaria suenan como una cifra mínima a la luz de los perjuicios que han sufrido centenares de productores de todo el país. El Instituto de Estudios Económicos de la Sociedad Rural calculó que el ingreso por exportaciones caerá en 4600 millones de dólares (en los ingresos del Estado esa pérdida se traducirá en 1400 millones de dólares menos por retenciones). Para la provincia de Buenos Aires Carbap estima una reducción de ingresos de 3257 millones de dólares. La sequía agrega pesares a un año que se presenta complicado por las medidas de ajuste que empiezan a ponerse en práctica.
Si los reflejos del ministro Yahuar no lucieron en su mejor estado durante los primeros días de convalecencia presidencial, los del secretario de Comercio Guillermo Moreno, para bien o para mal, conservaron sus rasgos habituales. En una reunión del grupo tutelado por la Presidente y su hijo Máximo -La Cámpora-, el secretario acusó a “los banqueros” de intentar una suerte de golpe de mercado, se proclamó contrario a “volver a los mercados a buscar dólares” (postura que suele asignarse a Boudou y al ministro de Economía Hernán Lorenzino) y reveló la verdad doctrinaria sobre la que se asienta: “La economía de la felicidad: cuando vos, además de comer, podés comprarte una pilcha, tomarte vacaciones, irte a un lindo telo”. Y remató: “La economía no es algo universal, sino de cada país.” Seguramente guiándose por esa idea localista y feliz, Moreno con sus medidas determinó que desde Uruguay, Brasil y Estados Unidos llovieran críticas a Argentina por las trabas al comercio. “En los últimos tres meses Argentina ha dictado más resoluciones proteccionistas que la suma de las que adoptaron China, Brasil y Venezuela”, denunciaron empresarios norteamericanos, que reclaman sanciones. Por su parte, y por las mismas razones, el ministro de Desarrollo, Industria y Comercio Exterior brasileño, Fernando Pimentel, declaró en Nueva York que “la Argentina ha sido un problema permanente. Tenemos buenas relaciones políticas, pero, económicamente, es difícil lidiar con ellos”. En Uruguay golpear al gobierno argentino se ha vuelto algo políticamente redituable. José Mujica, se esfuerza por mantener las mejores relaciones, pero paga un precio por su actitud. El diario uruguayo El País recriminó a Mujica por su tolerancia: “Las medidas proteccionistas que adoptó la Casa Rosada para enfrentar una crisis que viene muy acelerada en la vecina orilla serían absolutamente legítimas si no existiera el Tratado del Mercosur; pero como existe, esas medidas son violatorias de sus normas. ¿Y? ¿A quién se le protesta? Mujica no protesta pero se toma la revancha en otro campo: Montevideo se muestra indiferente a los reclamos de Buenos Aires, que quiere vigilar a ahorristas, inversores y propietarios argentinos en Uruguay.
En fin, las críticas a las medidas “proteccionistas” del secretario de Comercio no llegan solamente desde afuera. También reclaman los empresarios argentinos, presuntamente defendidos por la tutela oficial, que tratan de explicar que buena parte de las importaciones obstaculizadas o demoradas por las medidas que instrumentan Moreno y la AFIP están destinadas a la producción: son máquinas, servicios o insumos indispensables para mantener en marcha la cadena. Moreno alienta la quimera de una economía cerrada y autárquica, el “vivir con lo nuestro” llevado a la exasperación.
¿Persistirán esas rigideces una vez que la Presidente retorne a su despacho de la Rosada? En verdad, Moreno sólo es un ayudante. La que toma las decisiones es ella.
Es cierto que el secretario de Comercio le proporciona letra; la ha convencido de algo real: la situación fiscal es complicada y potencialmente explosiva. El Estado gasta por encima de sus recursos y las provincias (cuyos recursos, en gran medida, son manejados discrecionalmente desde la caja central) mantienen déficits considerables. Los dólares, además, escasean. Moreno se lo explicó así a su audiencia camporista: “Si este año tenemos un superávit comercial de entre 10 y 12 mil millones de dólares, el show puede continuar. Si estamos debajo de 10 mil millones, vamos a estar complicados y si estamos debajo de los 6 mil, olvídense”. La sequía que el ministro de Agricultura insistía en desdramatizar hay que comprenderla en ese contexto que inquieta a Moreno y su mandante: hará todavía más difícil el ya arduo objetivo intermedio de conseguir un superávit de 10 mil millones.
Del otro lado, tratar de alcanzar esas metas con los métodos que Moreno aplica parece todavía más complicado: ¿más encierro internacional (“economía local”, según el secretario), más trabas a la importación y, como consecuencia al proceso productivo, serán la solución para que “el show pueda continuar”?
He allí algunas de las preguntas que aguardarán a la señora de Kirchner en la Casa Rosada, cuando se reintegre. No son las únicas.


Un recurso extremo: malvinizar la opinión pública

Un recurso extremo: malvinizar la opinión pública

Hay una escalada de declaraciones altisonantes entre los gobiernos de Argentina y Gran Bretaña por Malvinas. Nuevamente se fuerza una agenda sobre el tema y se habla en voz alta de conflicto, una estrategia utilizada en situaciones extremas, cuando se quiere tapar la realidad. ¿Alguien piensa que nos hace falta un conflicto de este tipo?

Debe irle muy mal a un gobierno para recurrir al más extremo de los recursos a los que se les puede echar mano con la finalidad de conseguir consenso, unidad, apoyo fácil y hasta aplausos insospechados.
En la Europa complicada por sus dilemas intestinos -y aunque Inglaterra no esté involucrada de lleno en el sistema Euro-, al primer ministro británico, David Cameron, le viene “como anillo al dedo” una iniciativa de alto tono belicista. Le conviene para unificar a una Gran Bretaña en la que recrudecen los intentos independentistas internos que ponen en riesgo su mensaje único hacia Europa. Pero también para girar la atención de los votantes en medio del mayor índice de desempleo de los últimos 17 años, que llegó ya a un 8,4.
No parece ser una situación por la que atraviese la gestión de Cristina Fernández de Kirchner, por lo menos, a primera vista. Sin embargo, se insiste desde ambos lados del Atlántico en poner a Malvinas, virulentamente, en la agenda mediática, y el canciller de nuestro país, Héctor Timerman, parece ser el menos diplomático de todos a la hora de levantar banderas reivindicacionistas.
El Gobierno a pleno desde su militancia activa en las redes sociales salió (por intermedio de sus propios miembros y de sus propagandistas) a militar que el hashtag #LasMalvinasSonArgentinas sea TT en Twitter a nivel global.
Puede ser que el empujón haya provenido desde Londres y que aquí no se haya querido desaprovechar la oportunidad de izar la bandera en lo más alto de la autoestima nacional y popular.
La única forma de entender una intencionalidad de la Casa Rosada en alentar la malvinización del discurso es que la “sintonía fina”, que está generando un efecto dominó de ajustes en los estados provinciales, pronostique hacia adentro del Gobierno una cercana e inevitable defección de los principios con los que se ha regodeado el Gobierno. No se entiende por qué colocar al tope de la discusión pública en enero la posibilidad de un conflicto con Malvinas.
Es sabido que una amenaza externa a un país termina por unir a sus habitantes y dejando en un segundo plano las diferencias más extremas. Lo vimos en medio de la sangrienta dictadura, en la que los sectores más perseguidos (hasta la muerte, inclusive) por la alianza cívico militar gobernante aplaudieron la aventura de Leopoldo Fortunato Galtieri en Malvinas.
Muchos sentimos hinchados nuestros corazones, a punto de estallar de nacionalismo. Los dictadores pensaron que un poco de Mundial de fútbol sazonado con una “guerrita” en Malvinas les daría chances de perpetuidad para sus negocios e impunidad para sus crímenes.
Las dramáticas consecuencias de la intentona nacional populista consecuencias no sólo resultaron una paradoja para el régimen, sino que también se pueden medir a escala humana y económica. Miles de pibes murieron durante los enfrentamientos o después, como producto de las lesiones físicas o mentales de la ocurrencia nacionalista del momento.
En síntesis, es un recurso fácil pero extremo: se le echa mano sólo cuando hay algo de fondo que ocultar, cuando se quiere inundar la prensa con un mensaje de unidad nacional; cuando “no queda otra”. Y así como es extremo, resulta riesgoso: fácilmente se va de las manos cuando la sociedad cree que “es el momento” de pelear por algo que tenía en el olvido hasta que a alguien se le ocurrió instalarlo públicamente.
Entre el 14 y el 18 de julio de 1969, El Salvador libró contra su vecina Honduras la Guerra de las 100 Horas. ¿El motivo? Todo comenzó cuando Honduras perdió un partido de fútbol frente a El Salvador, abriéndole las chances a este último país de llegar al Mundial de México del año siguiente.
Sin embargo, el fútbol fue sólo la excusa. Honduras atravesaba una crisis interna profunda en medio de la aplicación de una reforma agraria y El Salvador no se quedaba atrás. Miles de salvadoreños cruzaban la frontera a buscar trabajo y su país necesitaba cortar la fuga. Hubo una guerra, tercera entre ambos países desde 1929, con un saldo de cerca de seis mil personas.
Podríamos hablar de decenas de casos en que la amenaza de guerra e inclusive la guerra misma han servido para resolver problemas internos de los países. Nos podemos ubicar en el pasado e inclusive hablar de cómo un conflicto armado destruye ciudades enteras para activar la industria de la reconstrucción, genera lesionados y pestes para alimentar el negocio de los laboratorios medicinales y, lo que ya hemos visto en tantas películas, genera la necesidad de matar, para reactivar la industria pesada y sus derivados, que crean empleos y que, en el círculo vicioso, además, financian la política.
No hay ingenuidad en los títulos que hablan de Malvinas: hay mar de fondo en los dos países que han iniciado una escalada de declaraciones altisonantes.
Lo que los gobernantes no miden es cuán hondo cala en la población la exacerbación del discurso nacionalista: no todo el mundo está atento a las entrelíneas ni conoce en profundidad los porqués de una batalla verbal que esconde, retóricamente, la posibilidad de un “enfrentamiento liberador y dignificante” o, al menos, de esa esperanza.
Por ello, hay una gran irresponsabilidad al agitar un conflicto por Malvinas.
Ayer nos unió el dolor por una situación de salud de la presidenta que, al fin de cuentas, fue un error de cálculo, en apariencia. Nos preocupamos de más. Tomamos precauciones en vano. Hubo gente que lloró y hasta oró por nada.
El descrédito, más que una consecuencia del ataque opositor, es un demérito propio causado por la frustración en el esfuerzo por mostrar una realidad que no es como se la cuenta.
En el caso de Malvinas, ya lo vivimos con Galtieri y sus cómplices y lo volvimos a ver con Menem cuando prometió recuperar las islas “a sangre y fuego”.
Ni siquiera es momento de plantearnos por qué queremos o no queremos las Malvinas. El momento indica que de lo que tenemos que hablar es de lo que pasa cotidianamente en la vida de los argentinos, algo que no se debe (y al final, tampoco se puede) tapar con falsos gritos de guerra.