domingo, 18 de marzo de 2012

La Cámpora y su héroe

La Cámpora y su héroe


En el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, tengan la seguridad que de no se va a entregar ningún sector a cambio de nada”. Débora Giorgi.
El gobierno juega con la cultura estatista de los argentinos. Es sorprendente observar los gastos que realiza el Estado para mantener a Aerolíneas, las irregularidades que se conectan a ENARSA, y la falta de control a los concesionarios de los trenes. A pesar de ello escuchamos a la mayoría de los argentinos pedir la estatización de YPF o, aceptar sin chistar, la derogación de la ley que defendía un Banco Central independiente.
Existe, aún, un enorme apoyo popular al control estatal de la sociedad civil basado en un falso nacionalismo. La muerte, sin pena ni gloria, de las AFJP es solo un botón de muestra.
Se necesitaron varios accidentes para reconocer una política incorrecta en el sector de los transportes. El Estado benefició a amigos y no cumplió con el ineludible papel de control del servicio. De esa forma el concesionario no satisfizo las necesidades de los consumidores, aumentó la burocracia y la corrupción que permite este sistema, y los amigos se convirtieron en enemigos, cuando se descubrieron alguno de los negociados en los cuales son socios.
Los concesionarios o las empresas privadas fuertemente ligadas al Gobierno se vuelven ineficientes porque aunque no cumplan con sus funciones las sostiene la espalda del Estado. Recrudece, de este modo, la mentalidad burocrática que es enemiga de la producción y la productividad. Y volvemos al círculo vicioso que acaba en que se quiere estatizar.
El discurso del gobierno se engorda con palabras de amor a la patria y en contra del mercado. La gente aprende a creer que es arbitrario y que conviene por eso la planificación de los funcionarios, un grupo que se considera iluminado por la luz de la razón.
Consentimos que sea a través del Banco Central que se preste a quién decida el gobierno y que se emita sin respaldo para que se resuelvan las dificultades financieras que generó esta política. Por experiencias anteriores sabemos que aumentará aún más el índice inflacionario.
Héctor Cámpora es admirado por la juventud kirchnerista, el mismo que encumbró la violencia, permitió que salieran de la cárcel 118 terrorista unidos a 16 criminales comunes y acabó -vía ley de amnistía- con los tribunales que debían juzgar sus delitos.
El círculo que maneja el gobierno actual debería repasar a fondo el gobierno de Héctor Cámpora, quien asumió el 23 de mayo de 1973 rodeando de guerrilleros a los que llamaba “maravillosa juventud” y que por esa época le gritaban al secretario de la CGT: “Rucci traidor, te pasará lo mismo que a Vandor”.
La impunidad derrotó a la Justicia y la economía dirigida por el gobierno permitió seguir gastando. Se aumentó el déficit fiscal y la expansión monetaria que ya había alcanzado preocupante índice durante el gobierno de Lanusse. Ello provocó graves problemas económicos: fue la base del cáncer inflacionario de 1975-1976. Una empobrecedora disminución de la producción fue otra de las consecuencias del gobierno de Cámpora a quién admira la juventud oficialista. ¡Todo un héroe!
Su ministro de economía José B. Gelbard -también acompañó al tercer gobierno de Perón- y el Congreso que las votó, fue responsable de las leyes que permitieron al Banco Central elevar al 100% la intromisión estatal en el otorgamiento de créditos. El “amiguismo” no se hizo esperar del cual participaba el propio Ministro.
El Estado fijaba la tasa de interés y el valor de la moneda extranjera. Nacionalizó el comercio exterior, expropió bancos extranjeros que ahuyentaron al imprescindible capital foráneo.
Los precios congelados provocaron- como siempre ocurre- desabastecimiento y deterioro en la producción. Faltó de todo -como en Chile durante el gobierno de Allende- por lo cual apareció el mercado negro y la especulación para defender la riqueza que se esfumaba por cuenta y obra del gobierno.
Por el modelo productivo -exactamente como en la actualidad- se limitaron las importaciones perjudicando la modernización de las empresas, incluso el transporte de colectivos. Suspendieron el mantenimiento porque los aumentos no iban a la par del precio del combustible. Fue así que los usuarios viajaban en ómnibus destartalados y peligrosos.
No hay nada nuevo bajo el sol: se persiguió a los comerciantes desde la Secretaria de Comercio: un gemelo de “Moreno” -jefe de policía retirado- amedrentaba a quienes no cumplían la política que maniataba al Mercado.
Los argentinos soportamos en demasiadas oportunidades los efectos del fracasado modelo estatista y dirigista donde se cree que el gobierno es más racional que la gente, se endiosa la planificación central sin tener en cuenta que la sociedad es un fenómeno espontáneo por lo tanto implanificable.
Se critica y disminuye la acción del mercado, el cual, sin una vinculación respetuosa a los derechos civiles no existe. Es el método ligado a la libertad porque consiente la acción electiva, que permite la búsqueda del propio destino. En los regímenes dictatoriales la anulación del principio de propiedad, de facto o por imperio de la ley, acaba con el mercado y la libertad de las personas.
Por el contrario, si se abre la economía- como sucedió en Chile durante el gobierno de Pinochet o en China en la actualidad- poco a poco se liberaliza la política. La producción y la productividad necesitan para expandirse de los valores y el marco institucional liberal.
Quienes nos representan en el Congreso y votan por leyes que lesionan los derechos reflejados en el artículo 14, también se verán perjudicados cuando pierdan el favor del gobierno y deban sufrir como cualquier hijo de vecino las restricciones de principios que nos harían progresar como país y como personas.
En cuanto a figuras para imitar algunos, todavía, tenemos la esperanza de ver en las remeras de los adolescentes a San Martín, Belgrano, Sarmiento o Alberdi en vez del “Che” y Cámpora.

“Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos…”

“Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos…”

“La misma noche que hace blanquear los mismos árboles. Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos”. Pablo Neruda.
Se cumplen, en breve, 100 días desde la segunda asunción de Cristina Fernández. Para algunos analistas, este tiempo constituye una suerte de “período de gracia” que debe otorgarse a un nuevo gobierno. Ahora bien, en este caso, la tregua no tiene cabida por razones obvias y sin embargo, en el transcurso de estos 100 días, quien ha puesto obstáculos a la administración del Estado ha sido, ni más ni menos, que el mismísimo kirchnerismo.
Julio De Vido, Juan Pablo Schiavi, Florencio Randazzo, Nilda Garré, Guillermo Moreno y Amado Boudou, han sido -entre otros-, los únicos capaces de ser considerados como “palos en la rueda”. Ni una sola figura de la oposición logró hacer tambalear tanto la gestión de Cristina Kirchner como lo han hecho estos ministros, su vicepresidente y funcionarios. De todos ellos, apenas uno pasó a retiro con 52 muertes a cuesta que, en esta Argentina, es evidente que no pesan. La sangre seca a prisa.
Si acaso no se supieran los contratiempos que generó, en el clima político, el ministro de Planificación, bastaría con observarlo en alguna de sus últimas presentaciones para advertir los “estados alterados” que emanan del centro mismo del oficialismo. Algo no está funcionando como debiera en una Presidencia que acaba de reasumir con el guiño del 54% del electorado. Sin embargo, tanto las fotografías como el relato evidencian signos de desorden y caos.
Nada pasa cuando todo está pasando, y viceversa en este caso. A simple vista hay un clima viciado de lo peor del pasado: incipientes desbordes sociales, ataques a periodistas, excusas infantiles para evitar que se escuchen voces opuestas, y un conglomerado de medidas populistas que ratifican la necesidad del gobierno por tender cortinas para nublar la visión de un escenario donde no coordinan elenco, actores de reparto y protagonistas.
El peronismo se cuece en su propia salsa. Quién es quién empieza a ser una adivinanza que no halla respuesta ni siquiera para la jefe de Estado. La desconfianza cerca la Casa Rosada, y en el despacho presidencial se redacta un guión poco acorde con el curso de los acontecimientos. En definitiva, la escenografía tampoco cuaja con la representación ni con el vestuario de los artistas.
En los últimos actos de la Presidente pudo observarse un curioso decorado. Las luces de neón ya no colorean el vivar de las organizaciones de trabajadores, sino que hacen de marco para un “ejército” de jóvenes envalentonados por un poder más superficial que probado. Simplificando podría decirse que La Cámpora es a Cristina, lo que los obreros y líderes sociales fueron a Néstor algún día.
Asimismo, los intendentes conocidos como “barones del conurbano”, no se disputan las primeras filas como sucedía antaño. ¿Acaso dejaron de necesitar del Gobierno Nacional? Ni tanto ni tan poco. Sólo muestran una “parcialidad” que bien podría utilizarse como sinónimo de cautela, una sutileza del miedo que impera.
El modelo se sostiene en dos variables: las reservas usurpadas al Banco Central, a través de la reforma de su Carta Orgánica, y el precio de la soja, “el yuyo madre”. La primera es, paradójicamente o no, la afrenta mayor que este gobierno le hace a su antecesor. Es decir, Cristina arremete contra la única garantía que dejó Néstor Kirchner para un supuesto manejo responsable de las cuentas públicas. A través de un Congreso convertido nuevamente en “escribanía” destruye, en un santiamén, aquella piedra fundacional de la economía kirchnerista.
EN SINGULAR
Simultáneamente, se quiebra la alianza Gobierno-CGT, y Hugo Moyano surge como el único líder opositor capaz de ponerle freno a la Presidente. El modelo nacional y popular se desentiende de los trabajadores, nada más incongruente. Le da la espalda. En ese contexto, aparece la ministro de Seguridad, Nilda Garré, tildando de “extorsionadores” a los movimientos sociales que nacieron al amparo del Salón Blanco, donde fueron acogidos el 25 de mayo de 2003. Pasaron de los abrazos efusivos a este ahora donde Cristina no los quiere ni ver.
Como si este cambalache fuese poco, a quién se trató de acallar, en un programa de TV, fue ni más ni menos que al ex jefe de Gabinete, Alberto Fernández. Recuérdese que éste fue el artífice de acercar a Néstor Kirchner al poder central, cuando Alberto Reutemann no salía de un “ni”, y José Manuel De la Sota no sumaba ni 2+ 2 a los sondeos de opinión.
Está claro que, 9 años después, los de antes ya no son los mismos. ¿Cambia entonces el rumbo del país? En el decorado está visto que sí, sin embargo, en el libreto, apenas varía la retórica para un argumento que teje similar entramado.
El negocio no se ha modificado, sigue pasando exclusivamente, por la preeminencia del Estado. Detrás, el enjambre de una contaduría a la cual únicamente se demanda un balance positivo o un dibujo que encaje en el relato. Mientras esto está garantizado, las cajas chicas pueden pasar desapercibidas.
Ahora bien, cuando los “kioscos” comienzan a interferir con el “supermercado”, las cosas cambian. El Caso Ciccone y la figura del vicepresidente como partícipe necesario, ilustran el modo como se produce la mudanza de aliados.
Hasta tanto el juego de Amado Boudou no enturbiase el panorama, nada le sería reclamado. A esta altura, sin embargo, el panorama se ha enturbiado. Cristina lo traduce de la siguiente manera: “Ellos” están molestando. Se deja a sí misma fuera de culpa y cargo.
Deja todo igual pero altera su gramática existencial. El Estado ya no responde a la primera persona del plural como lo hacía cuando Néstor Kirchner comandaba el barco. “Nosotros” para Cristina, comienza a ser un término demasiado amplio.
Hete ahí, pues, el único cambio: un enroque de actores, una variación en el recitado y, el Estado, queda limitado a la primera persona del singular. Para sincerarse, en lugar de “vamos por todo”, la jefe de Estado debería decir “voy por todo y por todos”. Se entiende entonces que sucede con un Rudy Ulloa, un Moyano, un Eskenazi o un Cirigliano.
Finalmente, de lo que se trata es de volver a instaurar un slogan harto conocido en la historia política de los argentinos: “Yo o el caos”… Convendría recordarle a Cristina Fernández, que como estrategia para ganar las legislativas en el 2009, a su marido no le dio buen resultado.
http://www.lanacion.com.ar/1122923-si-cristina-no-tiene-mayoria-parlamentaria-volvemos-a-la-argentina-que-explota
Nadie se extrañe si pronto vuelven a agitarse las aguas de la desestabilización democrática instaurando el miedo al cambio verdadero. Por el momento, nada se ha alterado de fondo, sólo las formas han variado pero claro, la posición del sujeto termina siempre modificando el predicado…