lunes, 29 de agosto de 2011

Hacia la República mínima

El que un ministro como Randazzo siguiendo a Paul Valéry acerca de que “la política es el arte de impedir que la gente se mezcle en lo que le concierne” y obligado a defender posiciones indefendibles del gobierno con respuestas al dente aún cuando ellas se basen en argumentos de un patético infantilismo haya justificado la negativa a instrumentar la boleta única sugiriendo que hay muchos votantes que padecen el síndrome de Boudou (no distinguir entre pesos y dólares) y por lo tanto el gobierno corre el riesgo de que ciudadanos extraviados voten equivocadamente otras opciones en desmedro de la gobernabilidad puede quizás ser explicable en funcionarios a los que la vergüenza se les quedó olvidada en algún rincón de su existencia, pero que analistas políticos como Ignacio Fidanza que se supone cuentan con cierto grado de versación jurídica consideren que las gruesas irregularidades comprobadas en el proceso electoral finiquitado el 14 de agosto son una cuestión menor agitada por el arco opositor para ocultar su desorientación postelectoral ya que de todos modos esa transparencia que reclaman no cambiaría mucho el resultado dada la considerable diferencia entre la interna del FPV y las demás agrupaciones es un claro ejemplo de cómo se siembra desde los medios la degradación de la democracia como forma de organización social y de la república como sistema de gobierno.
Desde que según la leyenda Clístenes “creó” la democracia en Atenas estableciendo el paradigma de la igualdad política conocido como “un hombre, un voto” las sociedades que presuntamente adscribieron a esta forma de constituir y reproducir sus autoridades entre ellas la argentina pasaron por muchas vicisitudes que lo desmintieron o lo desfiguraron completamente a pesar de las permanentes proclamas de dirigentes autocalificados como “demócratas”que sin embargo no tuvieron empacho alguno en inventar y sostener por ejemplo el “fraude patriótico” frente al peligro que masas políticamente incultas representaban para la gobernabilidad y que es el mismo fundamento que con otras palabras hoy invoca Randazzo para oponerse al mecanismo electoral de boleta única.
Pero a despecho de los constantes embates de los falsificadores de la democracia para los cuales las minorías “no existen” y por lo tanto las mayorías pueden hacer tabla rasa con los fundamentos mismos de su propia existencia y con las instituciones creadas justamente para limitar esa propensión, el paradigma sigue en pie esperando su realización mal que le pese a periodistas que lo ponen en un peldaño inferior de la escala de valores políticos.
Si se aceptara que la importancia de los votos que no se pudieron emitir por falta de boletas o emitidos no se contabilizaron en el escrutinio se reduce a la posibilidad o no que ellos tuvieran de modificar los porcentajes obtenidos por una de las agrupaciones intervinientes, como lo sugieren livianamente algunos comentaristas obviando el hecho de que detrás de ese sufragio perdido hay un ciudadano cuya voluntad ha sido desconocida mediante “picardías” delictivas, se estaría dinamitando conceptualmente el principio de igualdad que se encuentra en la base misma de los derechos humanos tan meneados por la facción gobernante.
Esto es algo que tampoco parece quitarle el sueño nada menos que al presidente de la Corte Suprema que llama a “no magnificar” esos atroces atentados al sistema electoral cuya única razón de ser es precisamente la protección efectiva de la voluntad de todos y cada uno de los votantes habilitados para expresarse políticamente.
Puesto que no se entiende muy bien la causa de la irrupción de un ministro de la Corte en cuestiones operativas ajenas a su misión constitucional prácticamente prejuzgando públicamente sobre posibles reclamos judiciales futuros vale preguntar ¿Para eso Lorenzetti exhortó enfáticamente a los ciudadanos a que concurran a votar en las internas abiertas, para luego postular la inocuidad de las gruesas irregularidades verificadas por jueces electorales en desmedro del derecho a la igualdad electoral reduciendo la cuestión a números y a una supuesta “precariedad burocrática”? ¿Los votantes tenían la obligación de concurrir al comicio pero el Estado no la de asegurar que el derecho de ellos a votar la propuesta de su preferencia fuera puntillosamente respetado? Las nada inocentes tentativas de desviar la atención pública de las escandalosas maniobras que violentaron el derecho de un número de ciudadanos imposible de determinar se basan en un sofisma constitucional que lamentablemente es avalado por confusiones conceptuales de varios publicistas consagrados entre ellos Mariano Grondona cuya condición de periodista parece haber nublado la de jurista cuando habla con notable imprecisión de la “victoria rotunda sobre la oposición” del FPV cuando en rigor de verdad no existió tal competencia porque formalmente se trataba de elecciones internas de cada agrupación.

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