domingo, 7 de agosto de 2011

No es conspiración, es ignorancia

A veces, me despierto sobresaltado, convencido de que existe una conspiración inmensa, llena de actores poderosísimos, para desarticular las Fuerzas Armadas de la Argentina (FF.AA.). Como el bolsillo es un órgano de pensamiento importante, eso me sucede las primeras noches después de cobrar mis haberes como general de división retirado.
La razón es a veces ingenua y tiende a inventar libretos donde sólo hay falta de letra y a ver patrones de conducta donde sólo reina el desconcierto. Por eso, algunas mañanas me digo que es necesaria no menos que una conjura de magnates y mandamases para que el gobierno nacional pueda incumplir (y sin consecuencias) la sentencia S. 301. XLIV, del 15/03/2011, de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, que dictamina que a los militares se nos pague todo en blanco, en lugar de casi todo en negro (verbigracia, una sumatoria de "haberes no remunerativos"). La misma sentencia indica que a los RE (verbigracia "militares retirados") se nos abone algo parecido a nuestro último y poco glorioso sueldo como activos, en lugar de menos de la tercera parte.
Este tipo de ideación me dura unos días, casi tanto como los haberes cobrados. El resto del mes, como lector aficionado de pensadores e historiadores, me veo obligado a admitir que muchos dirigentes y medios en la Argentina, lejos de ser antimilitaristas diabólicos, son simples a-militaristas (perdón por el neologismo) y, probablemente, más ingenuos que yo.
Me explico: son a-militaristas los cuadros sociales que suponen que las FF. AA. no tienen razón de existencia, salvo para desfiles patrióticos y las tratan como a un tema incómodo, parientes pobres con un pasado discutible a los que no se quiere en la casa, pero nadie se atreve explícitamente a echar. En suma, me digo, los dirigentes que toman decisiones y quien firma no leemos los mismos autores y, seguramente, por ello, jamás tropezaron con aquel viejo adagio romano: Si vis pacem, para bellum (si quieres la paz, prepárate para la guerra).
Pero basta leer los diarios para saber que Sudamérica, la parte más pacífica de la Tierra, se rearma a escape: Chile invierte 3.700 millones de dólares por año en su defensa; Colombia, arriba de 4.100, y Brasil ronda los 6.000. Mientras, aquí, los pilotos de la Fuerza Aérea, el tipo de militar más caro y difícil de formar, abandonan la carrera porque no tienen acceso a horas de vuelo, ya que desde los Hércules de transporte a los Mirage de intercepción, el material está no sólo obsoleto, sino canibalizado. La Armada ha reconocido que, de la flota de 60 barcos, sólo 16 están en condiciones de navegar. Y el Ejército tiene munición y logística como para un (1) día de combate.
Como parte de la misma historia, principalmente desde 2005, hay 100.000 militares activos cobrando cada vez más en negro. Y los despojados de sus retiros con la historia del "haber no remunerativo" ya son 80.000. Demasiada gente como para afrentarla tan duramente, si no se trata de un complot, dice la razón ingenua.
Pero cuando mi parte más racional, lectora, historiográfica, ingenieril y pensante retoma el control de mi cabeza, descubro, con asombro, que no existe ninguna conjura en contra de las FF. AA., salvo la de los necios. Defino como tales a quienes creen que una nación-Estado puede durar en el tiempo sin ese mal menor que somos los militares. Y vuelvo a definir "mal menor" en oposición a "mayor", que es perder, como ciudadano, lo que uno tiene, sea mucho o poco, al caer bajo dominio o protectorado extranjero, y por no poder defenderlo, y así volverse un extranjero en suelo propio.
Y me debo repetir que no, no hay conspiración, pero sobra necedad. Los militares caemos en la misma bolsa que los casi 5 millones de habitantes que viven en la cuenca del Matanza-Riachuelo, sistema hídrico que la Corte Suprema intimó a sanear a la autoridad correspondiente (el ACUMAR, organismo federal), con resultados a la vista. Y, ¿cómo se puede tratar tan mal y obligar a vivir tan contaminados a ciudadanos que construyen una gran parte del producto bruto interno nacional y, además, votan? Y, sin embargo, se lo hace.
A los maestros y profesores no parece irles mejor que a nosotros, aunque son los únicos que podrían devolverle, a largo plazo, a la Argentina sus viejos quilates de sociedad relativamente culta, técnicamente avanzada e industrialmente competitiva. Pero, en cambio, se los maltrata y se les paga en negro, aunque también votan. Y al personal de salud del Estado, garante último del pacto social que nos vuelve nación y que implica que la Argentina es responsable de la salud de los argentinos, tampoco les va bien.
Por lo tanto, si hay una conspiración, es demasiado abarcativa: demasiados conspiran contra demasiados. La parte racional, lectora, historiográfica, ingenieril y pensante de mi cabeza, entonces, prefiere suponer que a los militares se nos trata como el tránsito urbano trata a los peatones o como los conductores se tratan entre sí, y eso en un país donde el trasporte genera muchas más víctimas anuales (17.000) que todas nuestras luchas civiles e, incluso, nuestra única guerra entre Estados (la de Malvinas).
En suma: no es una conspiración. Es, simplemente, un todos contra todos, el caos de los autitos chocadores en el parque de diversiones, Estado amorfo, falta de ideas como sociedad acerca de cómo mejorar las cosas. Y, sobre todo, no querer asumir los costos económicos y políticos de implementarlas.
Un ejemplo de todo esto es que nuestras FF. AA. ya no tienen, oficialmente, hipótesis de conflicto, salvo dos o tres vaguedades sobre defensa de acuíferos. Hasta los años 85, las hipótesis de conflicto que teníamos, a nivel interestatal, eran una fuerte agenda de temas limítrofes (con Chile e Inglaterra).
En los 90, y tras la derrota de Malvinas, reinó, en cambio, el concepto de la pax americana, con unos Estados Unidos todopoderosos que impedirían para siempre toda trifulca de vecinos.
Aunque no lo dice, la dirigencia argentina se quedó en los 90 y su mundo monopolar. Todavía no se enteró del mundo multipolar de hoy, donde la otrora pacífica Sudamérica se rearma masivamente y el planeta está brotado de guerras regionales de extraordinaria crueldad, por asuntos de petróleo, minería, ríos, religión o límites.
Y en un mundo donde los precios de la comida subirán en flecha, tenemos uno de los tres mejores ecosistemas agrícolo-ganaderos del planeta, la pampa húmeda. Y que, en una economía global, en la que se acabó para siempre la energía barata, nos volvimos, de la noche a la mañana, el tercer país del mundo según sus existencias de shale-gas, el gas natural atrapado en formaciones poco porosas, hoy accesible con pozos horizontales y fracturación (fracking) de la roca. Y que, tras 20 años de exploración geológica a fondo, nos hemos vuelto la sexta reserva metalífera, y el precio de los metales sube a escape.
Y eso, simplemente, porque somos 7.000 millones de personas en un planeta de recursos finitos y competimos muy desigualmente por ellos.
Estos activos, ¿se cuidarán solos? Como dueños de casa, podemos hacerlos muy accesibles a empresas extranjeras en el grado y proporción que queramos, o explotarlos únicamente nosotros, con o sin participación estatal alguna. Hay muchos modos de ser dueños de casa y tampoco voy a aburrir con mis posiciones al respecto. Pero subrayo esto: el que fija el acceso es el dueño. Pero, ¿qué pasa si le ocupan o embargan la casa?
Bien: Irak ya no se hace esa pregunta. Libia, dentro de poco, habrá perdido toda posibilidad de hacérsela durante décadas. Pero Brasil hace medio siglo que sabe la respuesta: tiene unas FF. AA. modernas, bien entrenadas, bien pagas y mayormente autoequipadas. De yapa, ya es el cuarto constructor aeronáutico mundial y no bien descubrió que tenía entre 50 y 150 millones de barriles de crudo liviano off shore, anunció al mundo (de un modo sumamente civilizado) que desarrollaría su propia flota de submarinos nucleares, por si alguien, en el futuro, tuviera dudas acerca de a quién pertenecen.
Esas dudas de a quién pertenece qué cosa aparecen toda vez que un gobierno nacional con activos apetecibles se debilita. Y eso sucede con frecuencia, ya se trate de tiranías a las que sus ciudadanos empiezan a exigirles cuentas (como sucede hoy en parte del mundo árabe) o de gobiernos legítimos jaqueados por su propia mala administración o aquejados por deudas heredadas, o, simplemente, embestidos por esas tormentas perfectas que generan las finanzas globalizadas, con su secuela mundial de bancarrotas.
También, rara vez, hayan existido tantos Estados que colapsan, devorados por amenazas internas, separatistas, sediciosas, mafias del narcotráfico o, simplemente, criminales, sectores mejor armados que sus propios ejércitos.
¿Quién dijo que se acabaron las hipótesis de conflicto o que hay que inventarlas? Sólo les faltan a los Estados fracasados, a quienes ya han perdido o están a punto de perder todo.
La soberanía, compatriotas míos, no es gratis. Y no hablo de devolver a las FF. AA. atribuciones de gobierno, que nunca debieron tener. Hablo de darles la dignidad (entre ellas, la de cobrar en blanco), la educación, el entrenamiento y el equipamiento necesarios para cumplir su función primaria: la disuasión frente a otros Estados-nación. Hablo de ponerlas no en el poder, pero sí en la agenda.
Finalizo con una cita del todavía vigente Ortega y Gasset: "... Comprendo las ideas de los antimilitaristas, aunque no las comparto. Enemigos de la guerra piden la supresión de los ejércitos. Tal actitud, errónea en su punto de partida, es lógica en sus consecuencias. Pero tener un ejército y no admitir la posibilidad de que actúe es una contradicción gravísima...".

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