viernes, 16 de diciembre de 2011

La nueva “historia oficial K” o la manipulación de nuestra historia

La nueva “historia oficial K” o la manipulación de nuestra historia
El método histórico exige de careos entre estudiosos serios que interpreten el pasado de manera opuesta, pero basados en documentos y hechos, con respeto recíproco y honestidad intelectual. La creación cristinista del “Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano Manuel Dorrego” no sigue dichos parámetros por lo que se infiere que será un nuevo intento de sesgar la historia nacional generando confrontaciones anacrónicas que nos volverá a un pasado de enfrentamientos ya superados.

Quienes desde hace casi medio siglo venimos reivindicando el revisionismo histórico, creyendo seriamente en que dicho revisionismo permitía desmitificar la versión “oficial” forjada en el siglo XIX que sesgada en su contenido nos imponía una historiografía producto de los escritores unitarios, de los vencedores de Caseros y del conservadurismo más oligárquico que dominó políticamente la segunda mitad de aquel siglo XIX y los primeros treinta años del siglo XX. Lo consideramos positivo porque aquel revisionismo encarnó la negación, pero con los años fue superado porque la historiografía oficial fue puesta a prueba por toda una camada de historiadores serios que enfrentaron la historia de Levene tanto como la de Mitre.
Aquel movimiento revisionista trazó huellas en las generaciones de la mitad del siglo XX y se asentó en la universidades nacionales y el propio Conicet, en el Instituto de Investigaciones Históricas don Juan Manuel de Rosas y en paladines de dicho pensamiento revisionista como José María “Pepe” Rosa, o Palacios y tantos otros historiadores que de la negación de la negación, la síntesis, hicieron progresar el pensamiento de nuestra historiografía buscando acabar con los enfrentamientos estériles que reforzaba la historiografía oficial de la llamada Junta de Historia y numismática creada por Bartolomé Mitre en 1893 y la Academia Nacional de la Historia -su continuidad- transformada como tal por Agustín P. Justo donde descollaron los mayores tergiversadores de nuestra historia.
El caso paradigmático de Ricardo Levene a quien el Ministerio de Instrucción Pública le encarga y financia su “Historia de la Nación Argentina” que tan trágicamente influyera en la enseñanza de nuestro pasado histórico hasta nuestros días. No negamos las valiosas contribuciones de aquella Academia o la de la misma Junta, pero resaltamos su visión parcializada y sesgada de enorme cantidad de acontecimientos y personajes de nuestra historia nacional y hasta regional. Como es imposible negar las valiosísimas contribuciones de los revisionistas que en una enorme cantidad de hechos y figuras paliaron aquellas semi verdades o verdades a medias cuando no tergiversadas o falseadas.
La historia oficial no ha juzgado imparcialmente los hechos y las figuras históricas, y gran parte de la historia oficial iguala unos personajes a Ormuz (aquel dios maniqueo de la luz que “todo lo que creaba era bueno y recto”) y otros a Ahrimán (dios de las tinieblas que “todo lo hacía malo y tortuoso”), y ahora el cristinismo desde el Gobierno, nos impone una anacrónica vuelta a un seudo revisionismo, hasta del mismo revisionismo, con la fausta pretensión de hacerlo “historia oficial K”, creando a tal fin, por decreto 1880 como lo hiciera Agustín P. Justo anteriormente, el “Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano Manuel Dorrego”,convirtiendo por segunda vez al héroe de la independencia y Primer Gobernador bonaerense –fusilado arteramente por Juan Lavalle- en un objeto de tironeo histórico.
Pobre Manuel Dorrego, vuelto a ser usado como lo fuera ante su verdugo Juan Lavalle por el jurista Salvador María del Carril (luego Presidente de la Corte Suprema de Justicia) quien pretendiera “que la fusilación se hiciera de inmediato y a sangre fría…legitimemos el asesinato y lo haremos aparecer como la sentencia de un tribunal haciéndola firmar por todos los jefes…si es necesario mentir a la posteridad, se miente”. Lavalle no cedió pero cumplió su cometido sin hesitar y le dejó a la historia juzgar aquel crimen; mientras él al enfrentar el pelotón escribía “Perdono a todos mis enemigos y suplico a mis amigos que no den paso alguno en desagravio”, y encima ahora para poder reescribir la historia a su piacere y para entronizar a Evita sin Perón y a Néstor como el gran mito argentino del siglo XXI CFK inventa este seudo revisionismo.
Nuevamente el fusilado vuelve a estar en el ojo de la tormenta para reivindicar “a todos aquellos que, como él, defendieron el ideario nacional y popular ante el embate liberal y extranjerizante”, no es un buen fundamento pues el instituto “buscará la confirmación, no la prueba”,diría Leibniz, cometiendo otra atrocidad peor que la de la historiografía oficial porque quien parte de una conclusión toma lo que la afianza y desecha lo que la desmiente, volviéndose a cometer una nueva parcialidad histórica; porque aunque se nombró un directorio ad honorem, es definitivamente una dependencia administrativa del Poder Ejecutivo, que lo financia –como hiciera la Academia con la historia de Levene- y opera sin las garantías académicas de otras esferas estatales que se ocupan seriamente de investigaciones históricas.
La escasa calificación de los integrantes del organismo cristinista y el desconocer el valor de trabajos e instituciones académicas y, sobre todo, la visión maniquea, sesgada, falaz y unidireccional que se le pretende dar al enfoque histórico de este Instituto, es algo que, cuanto menos, resulta inusual en un sistema democrático; pues éste requiere del cruce libre de opiniones diferentes como vía de obtener una perspectiva rigurosa y desprovista de toda posibilidad de manipulación partidista. Esta reinterpretación histórica que nos propone CFK exige una reflexión de cómo debe verse la historia desde la política, pues si bien la historia forma parte de la sustancia política -como la economía o la sociología-, esta que tiene como cometido la construcción de una Nación, debe mirar la historia con sentido integrador, sin dejar de ver la totalidad de los hechos, y de cuestionar los cuestionables, debiendo valorizar y enhebrar aquellos acontecimientos que marcan la continuidad y la unidad de la Patria.
Siempre en la historia nacional hubo puntos en común -aun en los momentos más sangrientos de las luchas intestinas- entre unitarios y federales, rosistas y antirrosistas, mitristas y urquizistas, peronistas y antiperonistas pues unos le admitieron a los otros puntos valiosos y no perdieron la perspectiva o la unidad nacional; no se preconiza la irrevisibilidad del pasado, pues éste enriquece una mirada crítica, que devuelve matices e incluye hechos no considerados, pero esa mirada no debe perder el hilo de oro de la unidad nacional, pues perderlo en manos de un historiador -o un ensayista o periodista devenido en- tendría consecuencias negativas aunque superables; pero hacerlo desde el Estado y desde una visión sesgada, divisionista, proveniente desde el Gobierno o del poder político las consecuencias serían extremadamente dañinas.
Con este pseudo revisionismo cristinista se introduce en la sociedad argentina un factor de división, cuando se debiera buscar un proyecto en común para el presente y el futuro, y esto nunca ocurre de manera inocente; si se le quita a la historia su elevada misión de preservar el hilo de oro de la unidad nacional queda muy en claro que se lo está haciendo para reducirla a manipulación del pasado con fines de política electoral, y lo muy triste es que se use a Manuel Dorrego (el primer mártir de las luchas fratricidas) para analizar la historia sin ecuanimidad alguna y con muy bajos designios.

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