domingo, 5 de febrero de 2012

En defensa de las instituciones

En defensa de las instituciones

El sistema republicano, la división de poderes, el funcionamiento en serio de las instituciones y la subordinación de estas a la Constitución Nacional, no son defendidas desde estas páginas por apego a la beatería democrática y a los lemas políticamente correctos. No nos interesa desde aquí repetir el catecismo de los manuales de educación cívica. Nada más lejos de nuestras intenciones que el pretender dar esos consejos formales ya consabidos y repetidos que no incomodan a nadie ni denuncian nada: para el lirismo republicano ya están los radicales y para dar mensajes “macanudos” tenemos a la amarillenta muchachada capitalina que enarbola no los principios de Juan Bautista Alberdi sino los que dicta Jaime Durán Barba.
Desde este lugar no nos hemos caracterizado nunca por la pusilanimidad ideológica ni por la cortesía discursiva, pero consideramos imprescindible defender la institucionalidad, no por mero fetichismo al protocolo burocrático ni apego idolátrico a las buenas formas, sino porque del funcionamiento correcto de las instituciones depende que los inversionistas argentinos y extranjeros se sientan animados a invertir su dinero en nuestro país. En efecto, si hay seguridad jurídica tendremos más chances de atraer inversiones (nadie arriesga su dinero en lugares inseguros o inestables). Si hay inversiones, habrá creación de trabajo en serio (y no subsidios clientelistas financiados con inflación). Si hay trabajo en serio, mejorará la calidad de vida de los argentinos no de manera coyuntural o eventual sino de modo sustentable y perdurable. En suma, que las instituciones funcionen bien es rentable económicamente. En sentido contrario, si tal cosa no ocurre, habrá lo que hoy tenemos: no un progreso sino un alivio doméstico, cuya anestesia se terminará tan pronto merme el viento de cola trasnacional del que hoy goza involuntariamente América Latina.
¿Cómo está la Argentina en el ranking mundial de calidad institucional al año 2011?: en el indecoroso puesto número 125.
Pero esto no es una competencia que no tenga efectos, sino que justamente las consecuencias de tener instituciones de cartulina son la desinversión que venimos señalando, dado que la Argentina no sólo no atrae inversiones sino que las ahuyenta. Efectivamente, tomando datos solamente de América Latina, en el 2011 la Argentina kirchnerista se ubicó muy por debajo de Brasil, México, Chile, Perú y Colombia. Estos países que años atrás los mirábamos con displicencia, ahora nos pasan por encima captando millonarias inversiones que nosotros no podemos ni sabemos seducir. Para mal de males, las proyecciones son más que vergonzosas: mientras en el 2011 las inversiones crecieron un 54% en toda la región respecto al año 2010, la Argentina no sólo no creció ese 54% proporcional sino que decreció el 30%, en tanto que Brasil capturó un 154% y Colombia un 91% más que el año anterior. Eso sí, en el ránking que descollamos con maradoniano orgullo es en el de la inflación: tenemos el segundo puesto debajo de Venezuela.
¿Quién es el responsable formal que ha desaprovechado tamaño boom? Protocolarmente ha sido Amado Boudou, por cuya labor la jefa Cristina lo premió como candidato a Vicepresidente de la Nación. Pero no carguemos tintas ni todas las responsabilidades sobre el simpático Disc Jockey devenido en Ministro y Vice-Presidente, dado que por supuesto hay factores reales mucho más importantes y preexistentes a la aparición en escena de este personaje en la cartera ministerial en julio del 2009.
¿Cuál es la causa real de tan pobres guarismos entonces? No otra que la falta de previsibilidad jurídica, la ausencia de libertad económica, la nula independencia del Poder Judicial y la impunidad institucionalizada. Es decir: el mal funcionamiento de las instituciones.
No tener instituciones, o tener instituciones que funcionan mal (que es más o menos lo mismo), es un hobby peronista que sale carísimo moralmente pero que además nos empobrece económicamente. Ya que los argentinos somos tan apegados a la economía y tan desatentos al resto de las variables de la cosa pública, al menos por un interés crematístico deberíamos velar el buen funcionamiento de las mismas.

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