viernes, 8 de julio de 2011

El poder de los insustituibles

“No cambies la salud por la riqueza ni la libertad por el poder”.
Benjamín Franklin

Desde siempre, el hombre quiso y quiere el poder terrenal y, una vez conquistado, su perpetuidad.
Abundaríamos, hasta el hartazgo, citando hechos que convaliden esta certeza.
El poder no es exclusivo de un sector, es una endemia que se encuentra incorporada en la naturaleza humana. El devenir racional y la evolución técnico-científica no mutan la esencia humana desde Adán y Eva.
En cualquier ámbito, plural, por cierto, que sea observado, se detectará a alguien que ejerza un determinado control sobre el resto: esto es el ejercicio del poder.
El objetivo del poder es la sumisión: cuando se lo obtiene, se convierte en sensualidad y el deseo de permanencia en obsesión.
La sumisión a lograr puede ser desde intelectual hasta física. La sensualidad de quien lo goza abarca desde un compendio moral hasta hedonismo y, cuando se piensa en la continuidad, se establece continuamente un mañana y se descarta el aquí y ahora, fenómeno similar a la muerte: sabemos que llega, pero siempre nos abordará en el futuro.
¿Cómo se logra el poder? Existe una variedad de caminos para acceder a él: Desde disponer de una masa con un bajo contenido racional y sabiendo estimular sus estados viscerales mediante un adecuado aparato de propaganda con contenidos demagógicos, hasta el seguimiento de aquellos que pujan por imitar los excelsos ejemplos que brindan las ciencias, la santidad, el valor o el arte.
Se puede imponer desde el tributo que obtiene la victoria sobre la derrota hasta el empleo de la convicción, pasando por cuanto método pacífico o violento permite obtenerlo.
Su aplicación se puede concebir o justificar como una necesidad de ordenar, de coordinar, de colaborar, de disciplinar, de enseñar, etcétera.
Si bien está incorporado en el hombre, cada cual limita su poder al entorno en que se desenvuelve.
Las monarquías basaban su poder en un origen divino: la tradicional frase “por la gracia de Dios”. Otras formas, más modernas, de lograrlo son a través de sistemas democráticos o plebiscitarios, o, simplemente, conseguirlo por la fuerza.
Cuando de gobernar se trata, Maquiavelo, en su tratado El príncipe, caracteriza lo que Tocqueville y tantos otros describen sobre cómo debe ejercerse el poder y cómo se lo debe limitar para que no se torne despótico.
Pero la historia demuestra que, una vez alcanzado el poder, la idea de la perpetuidad asoma como la genuina Pero la historia demuestra que, una vez alcanzado el poder, la idea de la perpetuidad asoma como la genuina tentación de la continuidad.
El ejercicio vitalicio y centralizado ha desaparecido como figura absoluta, encarnando en las diferentes formas de gobierno una prudente alternancia en el cargo. En el sistema de elección presidencial de los Estados Unidos, hubo que enmendar la constitución para establecer sólo dos períodos electorales, ambos de cuatro años cada uno, sin posibilidad de un tercero. Esto sucedió con un presidente que venció la gran depresión de 1929 y la Segunda Guerra Mundial y que gobernó durante cuatro períodos, falleciendo en el ejercicio del cuarto mandato.
José Ortega y Gasset expresaba que el mando debe ser un anexo de la ejemplaridad. El problema sobreviene cuando dirigentes superiores insustituibles encuentran nuevas razones para permanecer, cualquiera fuera el tiempo que transcurra. Estar mucho tiempo en el poder tiene los mecanismos para jugar cada vez más “con las cartas marcadas”. Un cambio de reglas de juego motivado por una coyuntura envía un desafortunado mensaje: las bases institucionales de un país o de una organización no pueden cambiarse por conveniencias del momento, en cualquier momento.
El gran reto de la educación superior es formar dirigentes capaces de planear y desarrollar acciones basadas en principios y valores éticos, pero, prioritariamente, que cumplan con la legislación vigente. Aquellos que están mucho tiempo en el poder se burocratizan, pierden eficacia, comienzan a desarrollar favoritismos y adoptan mecanismos inerciales para limitar cuestionamientos a su autoridad, enturbiándose así la transparencia de las decisiones.
Sólo una sólida educación, donde prime el irrestricto rigor de la ley, podrá asegurar la salud de la renovación, cuya gran ventaja consiste en limitar los excesos que surgen de la permanencia voluptuosa que suele engendrar el poder.

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