domingo, 11 de diciembre de 2011

La nueva fase del hiperpresidencialismo

La nueva fase del hiperpresidencialismo

Desde su lógica política, CFK necesitaba violar ayer explícitamente el artículo 93 de la Constitución Nacional, que establece que el presidente y el vice “prestarán juramento en manos del presidente del Senado”. Así, en una pobre imitación de la autocoronación de Napoleón, la presidente dejó en claro que se coloca por encima de las leyes y que el Congreso, representado por la figura de Cobos, ha dejado de ser un poder del Estado con la misma jerarquía que el Poder Ejecutivo. Y, para que no quedarán dudas, remató su juramento nada menos que equiparando a “Él” con Dios y la Patria. En circunstancias de normalidad institucional -éstas no lo son- semejante conducta desataría un escándalo político.
Esta impronta anti institucional, apoyada por “la juventud y las organizaciones sociales” -como dijo ella en su discurso- estuvo complementada ayer por la estética progresista y fashion que el gobierno practica desde los festejos del Bicentenario del año pasado.
Pero tal vez lo más significativo de los dos discursos presidenciales de ayer (ante la Asamblea Legislativa y en la Plaza de Mayo) fue su fuerte contenido conservador. Es decir, su esfuerzo por negarse a aceptar -y hasta a entender- los cambios en la realidad. La frase dedicada a la CGT, “con Perón no había derecho a huelga; con nosotros sí, pero de huelga, no de chantaje ni extorsión” fue doblemente infeliz. Primero, porque denostó al fundador del justicialismo y segundo, porque utilizó el clásico argumento de los gobiernos autoritarios -y las dictaduras-, que es equiparar las huelgas con la comisión de un ilícito.
La negación de la realidad fue todavía mayor al decir: “tuvimos que soportar cinco corridas cambiarias que las corporaciones hicieron pensando que este Gobierno iba a ceder, pero yo no soy la presidenta de la corporaciones sino de los 40 millones de argentinos”. O sea que la distorsión del tipo de cambios sencillamente no existe y sólo hay una conspiración siniestra contra el gobierno. Su mención al campo también estuvo teñida de revanchismo y detenida en el pasado: “A las cinco corridas cambiarias, podemos agregarle el conflicto más largo y prolongado del que se tenga memoria desde el regreso de la democracia. Si nos hubieran hecho caso, estarían mejor”.
Pero tan significativo fue lo que Cristina ayer no dijo. No mencionó a los gobernadores que la apoyaron en los últimos cuatro años y tampoco hizo referencia alguna al justicialismo, dejando así en claro que su intención es seguir gobernando sólo con un pequeño círculo de incondicionales. También se olvidó de su propia convocatoria al diálogo con todos los sectores, que efectuara el 23 de octubre pasado, la noche de su triunfo electoral. De este modo, la presidente está realizando una maniobra muy similar a la del 2007, cuando durante la campaña prometió el mejoramiento de la calidad institucional y el diálogo para, luego de triunfar, girar rápidamente hacia el autoritarismo.
La opción es sumisión o rebeldía
Este proceso de profundización de la personalización es un mensaje importante para la dirigencia peronista. Cristina está empezando a quemar las naves, dejándole al peronismo sólo la opción entre la sumisión absoluta o la rebeldía, porque el disenso sencillamente no será tolerado. Anteayer, el ex jefe de gabinete Alberto Fernández se anticipó al discurso presidencial pronosticando que dentro del kirchnerismo se producirá “tarde o temprano” un debate acerca de las formas de hacer política y del discurso político, y asegurando que él es uno de los portavoces de esa disidencia. Las referencias al debate y la disidencia son en este caso eufemismos para el problema estratégico central del poder. Esto es, la sucesión de CFK. Con la concentración absoluta de todos los resortes del poder en sus manos, Cristina parece estar diciendo que no abrirá el juego y que se propone seguir digitando no sólo los candidatos a legisladores para el 2013 sino también su delfín para el 2015. O también se podría interpretar, entrelíneas, que la escenografía imperial de ayer alienta la esperanza de la reforma constitucional con reelección.

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