jueves, 24 de noviembre de 2011

LA REPÚBLICA SIN RUMBO

LA REPÚBLICA SIN RUMBO

“Vemos finalmente, que si la República es cosa del pueblo, si el pueblo es sociedad formada bajo la garantía del derecho, y que si el derecho desaparece con la justicia, necesariamente ha de deducirse que allí donde no impera la justicia no existe la República”, dijo San Agustín en La Ciudad de Dios.
Estos párrafos nos llevan a la comprobación de la profunda y dramática transformación sufrida por la sociedad argentina, en una Nación devaluada que ha perdido el rumbo, sin instituciones políticas, con la justicia entregada al poder de turno y cercenado su destino de grandeza que alguna vez pudo imaginar.
El ciudadano ha dejado de existir dando lugar a ese sujeto definido como habitante, desinteresado y mendaz para quien es más importante tener, que ser; consumista y hedonista es un asceta moral recluido en su individualismo mercantil.
Aristóteles en “La Política” proponía indagar en la virtud cívica como una condición indispensable para la perfección de la ciudad y arribaba a la conclusión de que ciudadano y hombre virtuoso no son más que uno.
Por otra parte para Platón la virtud era conocimiento, y es entonces que tenemos que el ciudadano virtuoso es el que sustenta aquella cualidad, ya que al conocer se estará preocupado y ocupado por la “res pública”.
También Pericles se jactaba que Atenas tenía ciudadanos que cuidaban de igual modo de las cosas de la República que tocan al bien común como a las suyas propias, siendo el ideal de este modo la participación de todos.
Desde el Renacimiento democrático de 1983 por otra parte, la incapacidad de la dirigencia política comenzó a hundir al País y el kirchnerismo continuó su obra devastadora, socavando a las instituciones de la República hasta convertirlas en dóciles instrumentos de su poder.
Mucho dijimos y otros también lo hicieron, sobre unir fuerzas sin egoísmos sectarios para lograr la restauración del orden y los valores superiores, como “tratando de hendir la carne física de la patria para liberar su alma metafísica de tanto despotismo” como dijera José Antonio.
Dicha unión debió ser fecunda para exigirle al poder absoluto la devolución de la República robada, puesto que el despotismo era el mayor peligro que la amenazaba. Nada sucedió.
Hoy nos debatimos entre el embrutecimiento de crímenes perpetrados por una delincuencia brutal, por la crisis de la familia y su derrumbe como Institución; con el sistema educacional en vías de disgregación, y en la transformación de la moral sexual tradicional, con la exacerbación de los derechos subjetivos que comportan la rebaja de los preceptos morales, entre ellos el mandato supremo de la conservación de la vida de quien no puede defenderse dentro del vientre materno.
Esta todo el tejido social descompuesto y la sociedad política bloqueada y fragmentada por el régimen gubernamental portador de ideologías disolventes de odios y revanchismos; porque en la cima del poder de la Nación se han subido los mediocres, los subversores, los que se ufanan de su inmunidad para quebrantar la ley, para delinquir, para saquear.
Que no solo han saqueado los dineros públicos sino también nos han saqueado el futuro.
¿Qué ceguera, qué sordera como ciudadanos y dirigentes políticos deben exhibir estos, para evitar interesarse por el tema más crucial de nuestras existencias que es el bien común, que al fin de cuentas es en bien de la Nación?
El fundamento de nuestra vida consiste en el funcionamiento político de la sociedad en que nos hallamos.

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