sábado, 27 de agosto de 2011

Los argentinos oscilan entre la psicosis y la neurosis

Hay aquí en Argentina muchos más Mesías que pueblo a redimir, y además el argentino es relevante históricamente para la cultura de occidente y para la latinoamericana porque es un compendio, un resumen, casi compulsivo de todas las diferencias de los pueblos europeos y occidentales; esta hiperculturalización argentina produce casi siempre una impasse política, una determinación fronteriza de antagonismos que nunca terminan de resolverse.
Nunca termina de resolverse, porque se trata de una cultura urbana -predominantemente- y cosmopolita que está siempre determinada por una pluralidad de diferencias, que son un producto histórico-cultural de contaminaciones. El oxímoron, o centauro con cuerpo de izquierda y cabeza de derecha que es en definitiva la sociedad argentina, y por lo tanto el cuerpo político mayoritario que es el peronismo y su sistema de gobierno: el“populismo nacional” con bases desarrollistas impuestos desde la última mitad del siglo XX por el General Perón y deformado por los gobiernos que dijeron ser peronistas en el último decenio del siglo pasado y el primero del presente.
Las derivas de los populismos actuales, a los que Giacomo Marramao define como “una deconstrucción despolitizante del concepto de pueblo, transformado en audiencia espectadora” y que barrieron la impronta de la participación popular como base del populismo nacional y su construcción política afirmada en el Pueblo y no en el cacique, el puntero o el caudillo temporal que transforma la política en un mero espectáculo. Este “populismo berreta” tan arraigado en la política argentina -e internacional de este siglo XXI- termina haciéndonos creer que vivimos un tiempo de “pasiones tristes” y una profunda crisis de identidad que golpea a una sociedad como la nuestra occidentalizada a la europea.
Ante esta realidad no debemos asumir posiciones nostálgicas ni pesimistas, por el contrario, debemos apostar por formas cosmopolitas y transnacionales de democracia y en el pensamiento profundo de Perón podemos encontrar muchas más herramientas que en Marx, Adam Smith o incluso Samuel Huntington para terminar entendiendo que es lo que está pasando u ocurriendo. Las políticas empleadas por el régimen kirchnerista tremendamente disruptivo y difícil ce entender nos obliga a buscar sus raíces en el conflicto identitario, o sea las reacciones identitarias a los efectos de la globalización; no sólo a los efectos económicos y sociales, sino a los efectos culturales específicamente.
La comprensión del espacio y del tiempo que surgen del concepto de globalización provoca una reacción de la identidad, que se entiende como amenazadas por este mismo proceso, y que provocan miedo con lo que viven como “contaminación” o invasión en términos raciales o de inmigración, tanto externa como interna, o de clase social tanto por las derechas como por las izquierdas, más o menos vernáculas. Un claro ejemplo lo tenemos en la expresión de Luis D’Elía cuando expresaba su “odio por la puta oligarquía” y pretendía vía la violencia adueñarse de un simple símbolo partidario como es la Plaza de Mayo.
El nuevo “populismo berretizado” no es otra cosa que la manifestación más patológica de esta reacción identitaria -es el equivalente conceptual en las ciencias biológicas donde podemos decir que cada fenómeno de sinergia determina una reacción alérgica-, éste personaje como el mismo Guillermo Moreno patoteando al empresariado o a los accionistas del directorio de Papel Prensa tuvieron reacciones alérgicas a la sinergia global de la cultural peronista; siempre los cambios históricos más relevantes son determinados por fenómenos migratorios o de clases, y en el pensamiento racista hay una remoción -en el más puro sentido psicoanalítico-, que se basa fundamentalmente en una represión de este acontecimiento.
La “remoción” actúa como una obliteración, un ocultamiento, un vacío simbólico, es el creer que el “otro”, los otros, los que piensan o actúan diferente al pensamiento único impuesto por el mismo populismo berretizado, representan una amenaza para mi identidad, personal o colectiva; los kirchneristas “verdaderos” o los “verdaderos cristinistas”, o los jóvenes camporistas, o los defensores de los DDHH “verdaderos”, etc., etc. NO son una reacción “irracional”, que pueda discutirse racionalmente: se trata, en verdad, de una operación psicótica. Los argumentos de D’Elía, Moreno o los mismos de Cristina, o Hebe, o Pérsico -por dar sólo algunos ejemplos notorios- no son irracionales sino palabras encerradas en una lógica autorreferencial.
Esta “lógica perfecta”, pero una lógica como la del“pensamiento único” del neoliberalismo más abyecto, o la de la Tercera Vía del socialiberalismo europeizante, o la de los mismos nazis, se asienta en la autorreferencia, la pura, la incontaminada relación consigo misma es un planteamiento que dice: “los otros son incompatibles conmigo… y por lo tanto son mi enemigo o él enemigo”, es una diferenciación radical y radicalizada entre “Nosotros” y los “otros”; estamos así ante una patología social antes que frente a un problema político-cultural, la obsesión identitaria puede llegar a enloquecer a nuestra sociedad, que termina oscilando entre la neurosis y la psicosis.
La situación del cambio a por venir -en lo económico tras la frustración de la omnipotencia económica del desenganche- es una en la que debemos contemplar la posibilidad de gobernar un coeficiente social de neurosis que sea tolerable; la caída de la convertibilidad del menemato en Dic-01 muestra claramente lo que puede suceder ante la imposibilidad de gobernar un coeficiente de neurosis intolerable. No es posible una liberación total de la neurosis porque ésta es el fenómeno concomitante, que está siempre junto a un cambio histórico o cultural, o en un cambio de ciclo como el que estamos viviendo el cambio de ciclo del suma cero, o de la década perdida como ya lo viviéramos en los 80 con el alfonsinismo y en los 90 con el menemismo.
Es inevitable que mi espacio de vida -vecindario, ciudad, trabajo, casa, empresa- sea un espacio desestabilizado por los otros, y que esto produzca un efecto de neurosis generalizada, aunque esto no es necesariamente malo en sí mismo, es malísimo cuando no hay un gobierno, en el sentido social y político, consciente de esta realidad de transformaciones. Cuando el gobierno conculca la idea de que los negocios públicos se confunden con los privados y el Estado es utilizado para extraerle ingresos a la sociedad y distribuirlos ilegalmente entre un número indeterminado de amigos del poder. Podemos relacionar, en este mismo registro, lo ocurrido en vida de Néstor con la compulsa con el campo donde era la primera vez que el corazón del Gobierno era atacado por el “Otro”; el “otro” chacarero, en el sentido clásico geopolítico del choque de culturas -el clash of civilizations en su versión doméstica-.
El gobierno tardó en reconocer que ese “otro” estaba en realidad en el interior de nosotros mismos, en el interior de nuestra sociedad; la presencia del otro es un acontecimiento que está en la propia constitución del sujeto argentino, popular y occidental. No solamente desde la globalización, sino a partir de la modernidad misma que nos planteara Perón en el Continentalismo, la confrontación con el “otro” es constitutiva de lo moderno y por lo tanto del pensamiento peronista más clásico y ortodoxo, algo que ni el kirchnerismo y mucho menos el cristinismo terminan de entender y aceptar.
Es muy difícil de entender para la sociedad argentina que nos enfrentamos a un enemigo que nosotros mismos hemos creado, y así como la interpretación estadounidense de la modernidad global fue una interpretación geopolítica identitaria y tuvo una debacle con el atentado a las Torres Gemelas, los argentinos -y el cristinismo específicamente- debemos aprender que tenemos a ese “otro” que nos amenaza en el interior de lo que ha sido lo que entendimos como una “civilización occidental” y la cultura peronista y eso es lo que aparece en la reacción del cristinismo al determinar entre “amigos” y“enemigos”, una reacción como la que estamos analizando aquí.
Nadie puede negar que este fenómeno -el kirchnerismo/cristinismo- salió del propio seno de la sociedad argentina, o lo que debemos entender es que el proceso del populismo berreta produce un efecto de ocultamiento de la identidad; esa identidad removida -reprimida- en el sentido freudiano, y retorna como identidad deificada. Es la paradoja del Orientalismo que planteó Edward Said, si los occidentales niegan que haya un problema de identidad diferente, autónoma y subalterna, de los otros, esos otros producen una reacción en el sentido de una retorsión de su propia identidad, pero no como identidad problemática y plural sino como identidad fetichista y deificada: “nosotros somos orientales” o “nosotros somos islámicos y reivindicamos nuestra alteridad”.
Es esta misma crisis de identidad la que agitó el descontento que se expresara en Dic-01 con el “que se vayan todos”, cuando la opulencia ficticia impuesta por el populismo berreta del cambio de ciclo del suma cero nos deposite en la realidad cotidiana del ajuste y el despertar del sueño de grandeza, veremos que tiene una misma raíz; y es que la globalización del capital global -que nada tiene que ver con el Continentalismo de Perón- , contrariamente a lo que pensaban en una paradójica convergencia los liberales y los marxistas del siglo XX, no produce sociedad, y los neoliberales y socialiberales de fines del siglo XX y principios del XXI cometieron la misma equivocación. El capital global ganó, pero a un precio terrible.
Y ahora, ese mismo capital ganador global, tiene la necesidad de ser compatible con formas y contextos socioculturales diferenciados; el capital global tiene una victoria como forma (el mercado global), pero la sociedad capital comunista de Estado de china no es la misma sociedad capitalista competitiva e individualista estadounidense, o la de la sociedad capitalista de la India, de Europa, de Brasil o de Argentina; y eso porque las sociedades son diferentes y no son variables dependientes del dominio o la hegemonía del capital global. Porque el mercado capitalista global -del neoliberalismo y del socialiberalismo (o populismo berreta)- no produce sociedad, no tiene una potencia simbólica como la que tenía el peronismo del ascenso social y la NO lucha de clases.
Contrariamente a lo que pensaba Marx, las relaciones de producción no determinan de manera automática las relaciones sociales: estas son mediadas por las formas simbólicas de las culturas, y en eso se basaba el General Perón cuando nos inculcaba la “cultura del trabajo” y la de “producir como mínimo lo que se consume”. Muchos Estados nacionales han dejado de contener esas formas simbólicas y esa es la cuestión de fondo; vivimos tiempos pos-hobbesianos, más allá de la perspectiva del Leviatán, del Estado nacional, lo que lleva a que las soluciones deban ser planteadas -como nos anticipara Juan Perón- en el sentido de una política pos, o supra, o trasnacional aunque suene utópico.
Por el contrario, es una perspectiva totalmente realista, radicada en la dinámica histórica profunda: la forma auténticamente democrática es la que en el espacio del ABC había desarrollado Perón, Ibáñez y Getulio Vargas hace ya más de 60 años atrás; el Estado Continental, un espacio del derecho y de la política que tiene la potencialidad de implicar en sí mismo una pluralidad de diferencias, naciones, gentes, confesiones ideológicas y religiosas y hasta razas -todo lo contrario a lo que propone el cristinismo con su argentina refundada-, Para lograrlo es preciso atenerse a un doble imperativo: reencantar la política y desmitificar la identidad.

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