sábado, 27 de agosto de 2011

¿Y por qué no iba a ganar?

Ya no hay lugar para el desvelo. Pensar que ella no iba a ganar solo podía caber en el cerebro de alguien que hace años vive en el extranjero alejado de nuestras incómodas realidades o de aquellos que, viviendo acá, pasan plácidamente sus días en una nube de flatos. No busquemos más los miles de bolivianos o paraguayos traídos de contrabando, que los hubo, dejemos por un momento las fantasía de los DNI truchos, que los hubo, los planes trabajar, los LCD a precio de saldo y tantas otras excusas que no alcanzan a explicar un cruel Vilcapugio. Por supuesto que buscar culpables en la oposición es una estupidez. Nosotros somos los únicos culpables porque a sabiendas le entregamos, desde hace veintiocho años, a una cáfila de seres de una pequeñez inimaginable el destino de nuestra Nación. Nos pusimos a su altura y no quisimos aceptar, por pura comodidad, que no podíamos esperar de ellos más que lo que su bajeza les permitía maquinar.
La verdad es muy distinta y dolorosa. De todas las explicaciones leídas sobre el desastre y sus causas ninguna llega al meollo de la cuestión porque bien dentro de ella está ínsito nuestro fracaso signado por veintiocho años de indiferencia, cobardía, y falta de compromiso. Porque esta no es una derrota más en una elección producto de estrategias electorales rastreras basadas en comprar y vender conciencias, este es un desastre generacional que habremos de pagar muy caro.
Desde 1983 a hoy, se incorporaron 12,5 millones de argentinos a la masa de votantes. Estos argentinos son los hijos y nietos de nuestra generación, una generación de la que solo puede decirse que vivió su juventud de plaza en plaza sin importar la bandera que flameaba. Así llenó la plaza, primero con “el tío” y después con Perón-Perón, y luego de pedir cadalsos y fusilamientos salió a aplaudir a Videla un 24 de marzo, para en el‘83 llenar la misma plaza el 2 de abril. Cinco años después, ya más grandes, mas desencantados, Tuvieron que llevarse de la barba al mismo lugar repitiendo un inútil camino de Damasco para escuchar a un inepto -el iniciador de la farsa de los derechos humanos- decir: “La casa está en orden, felices pascuas”
Esos 12,5 millones de argentinos que han ido entrando en el circuito electoral son los mismos que ante nuestra incuria, desde 1983 y desde el jardín de infantes se les endosó la idea que en la Argentina “moderna” no hay premios ni castigos y que nada mejor para ser un ciudadano que haber sido un transgresor impenitente, que la bandera podía ser llevada por cualquiera mientras fuera simpático, y que el maestros era uno más de la banda, todo esto apoyado por la exaltación de la indisciplina como pauta educacional para que crecieran en el desprecio a las jerarquías y a los valores que hasta ese momento habían tenido vigencia. No solo el aula, también los eventos culturales y los logreros políticos encaramados en un poder regalado cumplieron con su cometido de ir formando generaciones de inanes a las que les metieron en la cabeza que todo era relativo y que la verdad no existía como tal, asegurando que la única salvación posible no era aquella de salvarse con todos, porque primero estaba uno y su provecho más allá de ñoñerías morales. ¡Pobre chicos!, que podían aprender si les tocó de todo, desde un inservible que nunca supo, quiso o pudo, hasta un estafador que sentenciaba que “nunca nos iba a defraudar”.
Esos 12,5 millones de argentinos que han ido entrando en el circuito electoral soportaron desde la niñez y ante nuestra negligencia un lavado de cerebro los convirtió en pueriles repetidores de consignas. Como manera de lograr estos objetivos se los atosigó con visiones sesgadas de la historia reciente donde las Fuerzas Armadas y de Seguridad no representaban otra cosa que represión, donde el concepto de Iglesia se asimilaba a una pandilla de pedófilos y que destruir a ambas era la esencia de una nueva nación. Como correspondía a la exigüidad de nuestra valentía permanecimos callados, una vez más, ante las inicuas mentiras contadas una y mil veces por los rufianes de los derechos humanos interesados en armar su negocio al mismo tiempo que demolían a las instituciones que de alguna manera, aunque más no sea por su formación, podrían impedirle el logro de sus objetivos.
Y también de esto, de las Fuerzas Armadas y de Seguridad y de su contribución a la debacle nacional debemos hablar, porque sabedores sus jefes – coetáneos nuestros - en que nalga los mordería el perro, se borraron. Como se borró también la Iglesia, más preocupada porque su jerarquía conserve las canonjías de subsecretarios de estado que en formar a la juventud y enfrentar con la fuerza que da la Verdad el aborto, los matrimonios entre especies o la relajación de las costumbres fomentadas por “propios” y ajenos.
Esos 12,5 millones de argentinos que han ido entrando en el circuito electoral han hecho lo que hicieron porque jamás nos molestamos en formarlos. Hoy nos aterra verlos votar en función de sus conveniencias y olvidando las pautas éticas que alguna vez intentamos, mal, inculcarles. Estos son los mismos a los que nada les supimos decir cuando fueron comprados con la supresión del Servicio Militar a partir de una infamia urdida desde el poder, son quienes, junto a nosotros, sin haberlo votado -porque en la Argentina cualquier desquiciado gana una elección aunque luego todos juran que a ese jamás lo votaron- le dimos la reelección a un canalla que nos endilgó la necesidad de venderle alma y culo a quienes eran nuestros enemigos mientras su propaganda desmalvinizadora dejaba que lo mejor que tuvo la Argentina en todo el siglo XX -los 10.000 héroes de Malvinas- fueran manipulados como molestos recuerdos que en nada beneficiarían a la estúpida república del uno a uno.
Esta es nuestra realidad, la realidad de los argentinos que nos hemos llenado la boca con palabras que en otro lugar y con otra sociedad tienen significado: Patriotismo, Honor, Lealtad, Principios, Valores Éticos, pero que acá solo tienen el sonido que les da la época en que se dicen. Nosotros los guiamos en el voto. En veintiocho años les enseñamos a elegir al menos malo o lo que más nos convenía en lugar de alzarnos con altivez y gritarles en la cara a quienes usufructuaban nuestra desidia que ellos no merecían manejar una tierra como esta. Este es el resultado

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