martes, 9 de agosto de 2011

PUNTO DE INFLEXIÓN

Las falacias populares regularmente terminan cobrando forma de infundados prejuicios. Desnudar la falsedad de esos estereotipos constituye una buena causa, aunque muy difícilmente despierte adhesiones masivas”.
Anne Morse

La negación de la realidad es una enfermedad mental tipificada, que puede ayudar en determinados casos a mantener cierta esperanza sobre algo o alguien. Pero cuando se convierte en una costumbre, se llega a lo que Orwell llamó “control de la realidad”.En tanta estrategia política, el “control de la realidad” ha funcionado bastante bien. Sin embargo, en tanta estrategia para gobernar, ha conducido al desastre previsible. Cuando los líderes viven en una realidad inventada, hacen un pésimo trabajo cuando intentan operar sobre la auténtica realidad. El punto es que en el mundo real la ignorancia no es fortaleza. Un líder que tiene el poder político para aparentar que es infalible, y utiliza ese poder para evitar admitir alguna vez que cometió errores, finalmente los comete tan grandes que ya no es posible ocultarlos.
El espacio cartesiano en que se despliegan en estos tiempos las tendencias profundas de la puja política, bien podría esquematizarse como un cuadrilátero, cuyos pares de lados opuestos constituyen los vectores ordenadores de la contienda. Así, probablemente bastante más allá de la conciencia que sobre el fenómeno tengan sus propios protagonistas, mientras confronta la modernidad contra el feudalismo, también lo hace la concepción de un movimiento de base popular contra la vocación de minoría intensa.
En la superficie, entre tanto, alumbra la manifestación de una suerte de reflujo de la larga y oscura noche del sinsentido político. Aquellos espíritus sensibles a la sin razón, al borde ya de quemar la biblioteca del análisis político, vivimos con alivio reparador una tácita auto reivindicación, en mérito a no haber dejado de aguantar los trapos de una optimista sensatez, ni aún en los peores momentos. Finalmente, la pretendida inmunización a la extravagancia ha comenzado a ceder terreno ante la abrumadora acumulación de disparates. Aquella imaginaria revitalización del proyecto, disparada contra toda lógica por la desaparición de su fundador e irremplazable gestor, empieza a desnudar su inconsistencia, exhibiendo las previsibles consecuencias del vacío de conducción.
Las primeras señales del ocaso anticipan un flujo aluvional, como el agua que termina derribando el dique a partir de una imperceptible grieta. Malcolm Gladwell acuñó el concepto de “tipping point” (1), para significar el momento exacto en que se conjugan de manera espontánea las condiciones que detonan un cambio de ciclo. Puede identificarse el instante preciso que marcó el punto de inflexión del apogeo kirchnerista?
Vale arriesgar la conjetura. El viernes 27 de mayo estalló el escándalo “Madres SA”.Cuatro semanas más tarde, en Olivos, con Carlos Villate 1000 evocando al 6801 de Hollywood Boulevard, el característico “…and the winner is”… fue para Amado Boudou, nominación que resultó el paradigma de un caprichoso armado de listas que humilló a la estructura territorial tanto como al sindicalismo. La profanación de los pañuelos lesionó duramente el capital simbólico, en tanto el arbitrario casting habilitó el resentimiento y la deserción, conjunción de alto riesgo para el presumido blindaje electoral del proyecto.
Bastaron pocos días para que esas sombras empezaran a materializarse. El 3 de julio, el voto anti K revirtió, en sólo una semana, el holgado triunfo logrado en primera vuelta por la candidata kirchnerista-camporista a la gobernación de Tierra del Fuego, frustrando al Ministro del Interior, que había viajado representando a CFK para celebrar con los suyos. Se abría un Julio negro para el kirchnerismo, en el que a la impotencia electoral que desnudó la debacle sufrida en nuestra ciudad y en Santa Fe, se sumó el golpe de knock out que en su combate con Clarín, significó la definitiva desvinculación de los hermanos Noble Herrera de las aberrantes prácticas de apropiación, perpetradas por la dictadura militar.
Un mes seguido explicando derrotas, para una expresión política cuya identificación como “Frente para la Victoria” define unívocamente el eje de su cohesión, no podía sino disparar inequívocas señales de descomposición. La herejía de la autocrítica amenaza con desbordar el código de silencio, y lo que era un bloque monolítico empieza a mostrar preocupantes fisuras. La desmesura de la soberbia y la intolerancia, por añadidura, suma rechazo social. Una edulcorada biografía autocelebratoria de “Su Majestad”,sin duda pensada para sumar adhesiones, se convierte en un búmeran que galvaniza despiadadas confesiones de los aludidos, cuya expresión se potencia porque pueden decir, como José Martí: “Viví en el monstruo y le conozco sus entrañas”. En el caso particular de la dura respuesta de Alberto Fernández a los dichos de la presidente, me resulta particularmente revelador que un protagonista central del folletín confirme la concepción “orwelliana” del proyecto (2), si bien es curioso que la imputación provenga de quien, precisamente, por aquellos años ejercía el “Ministerio de la verdad”.
La pobre cosecha electoral obtenida en dos distritos que aportan, en conjunto, poco menos que un quinto del total de los votos nacionales, lesionó severamente sensibles premisas de la construcción triunfalista agitada por el gobierno, cuyo debilitamiento proyecta su influencia sobre octubre. La más relevante tal vez sea el significado, en términos de la batalla simbólica por la invencibilidad de Cristina, de haber desenmascarado la grosera manipulación política de las encuestas, pilar de su estrategia de comunicación. El caso particular de Santa Fe mostró, asimismo, que el voto del campo, que en 2007 le sumó diez puntos porcentuales al triunfo de Cristina, se mantiene inconmoviblemente opositor y el sector parece haber recuperado su energía participativa. Por último, dejó en evidencia la precariedad de un criterio superestructural de acumulación política para asegurar un alineamiento funcional de fuerzas, y la fragilidad de los compromisos forjados en la internas distritales, lo que convendrá tener presente a la hora de proyectar los resultados del 14 de agosto.
El gobierno parece encandilado por sus propias candilejas. A juzgar por su desarticulada reacción frente a la catástrofe, puede inferirse que su aparato de inteligencia se mostró incapaz de anticipar lo que se percibía por olfato. La máxima concesión que se permitió el triunfalismo inoxidable del discurso oficial fue admitir defectos en la transmisión de sus ideas, lo que pone fuera de su análisis la posibilidad de que la expresión de la ciudadanía constituya, precisamente, una impugnación de esas ideas. Cuando dos electorados que no pueden considerarse homogéneos en términos socioeconómicos, ordenan sus preferencias de manera tan similarmente polarizada, resulta inocultable que lo que está orientando el voto no son las realidades locales, como puerilmente argumentan los gladiadores mediáticos de palacio, sino un posicionamiento frente a una opción nacional que la propia estrategia oficial se encargó de instalar. Esa apelación forzada a las realidades locales como determinantes del voto, resulta complementaria de la nueva criatura incubada por el irreductible triunfalismo: un novedoso tótem llamado “voto cruzado”, que la gesta evangelizadora de Artemio y sus apóstoles intenta instalar en los medios. La “buena nueva” consiste, en este caso, en una hipótesis indemostrable, que sostiene que una buena parte de los votantes de Mauricio Macri y Miguel Del Sel y José Manuel de la Sota, van a optar por Cristina en la elección nacional. Por de pronto, pareciera que no es unánime la fe en el poder de tracción electoral de Cristina, cuya imagen fue puntillosamente excluida de la campaña con que Filmus enfrentó la quimera de la segunda vuelta porteña, y la que Daniel Scioli despliega por estos días, sin contar que su nombre en Córdoba es poco menos que una suerte de “peste electoral”.
En vísperas del tramo decisivo que conduce a octubre, el peso de la realidad jaquea la construcción simbólica montada por el régimen, revelando la endeblez de su estrategia de poder. La responsabilidad que se le atribuye a los medios por el fracaso electoral no es otra cosa que una oblicua pero descarnada confesión de una batalla perdida. El agotado dinamismo de una iniciativa política que motorizaba acciones de impacto demagógico -Ley de Medios, Fútbol para Todos, AUH, Matrimonio Igualitario-, ha cedido a una pálida gestión de mantenimiento, que descansa en la inercia del piloto automático para sostener el consumo. El desprecio por la gestión es manifiesto, a poco que se repare que importantes fracasos han sido premiados con candidaturas rutilantes: Mariotto perdió la batalla con Clarín, la soberbia de Boudou no pudo imponerse al FMI ni al Club de París, y Julián Domínguez no pudo habilitar sus prometidos puentes con el campo. La mística ha quedado reducida a un patrimonio simbólico muy deteriorado por la sucesión de infortunios sufridos por Hebe, Estela, y ahora Zaffaroni. La desorientación es tal, que empuja a concebir extravagantes operaciones, previsiblemente impugnables, con personajes tan desacreditados como Julio Grondona. La incompetente mediación en el conflicto social expone impúdicamente el repugnante tráfico de miserables, transformando en explosivos hasta los feudos propios, comprometiendo un resultado electoral, hasta hoy asegurado, en Jujuy y Tucumán.
Una rústica lectura de la economía induce al gobierno al regocijo autoindulgente de subestimar nuestra exposición a la crisis internacional. La suma de desatinos ha ido angostando nuestra capacidad de maniobra, como lo manifiesta la inédita contracción de la obra pública en un año electoral. Los nubarrones que asoman por el hemisferio norte nos encuentran consumiendo el “bonus track” de una providencial coyuntura. Si el impacto alcanzara estas costas, la complacencia social dará paso a la necesidad de sentir que alguien está a cargo, y esa interpelación atravesará el mapa de preferencias electorales para octubre.
La pesadilla de julio puso en evidencia que los candidatos que mejor representan al régimen sólo alcanzan para consolidar el voto propio, y con eso no basta para asegurar un triunfo en Octubre. La capitulación kirchnerista en Córdoba mostró los límites de su despotismo. Así las cosas, se encamina a intentar un inédito tercer mandato en la historia institucional argentina, embretado en la doble paradoja de enfrentar la impugnación del sector que le provee el combustible que alimenta su principal activo electoral, y depender de los votos que le facilita un político que no lo expresa. La “sciolidependencia”constituye la prueba ácida para el proyecto, introduce al 2015 en el cuadro de la foto, y las alternativas de su despliegue contaminan inevitablemente las eventuales proyecciones políticas de las primarias del próximo domingo. Es indudable que la incertidumbre sobre la efectiva respuesta que la convocatoria finalmente despierte, y el amplio desconocimiento sobre su mecánica, relativizan el valor predictivo de este original “recuento globular” para proyectar octubre. Pero lo que no puede ignorarse es que el carácter virtual del ensayo, particularmente en el decisivo conurbano bonaerense, habilita la perspectiva de una múltiple combinación de mestizajes entre las diversas tribus peronistas, cuya conformación emergente resultará decisiva el 23 de octubre.
A propósito, ¿no sería un ejercicio interesante medir la combinación Scioli-Cristina contra la alternativa Scioli-Duhalde?
________________________________
1. Malcolm Gladwell, “The Tipping Point: How Little Things Can Make a Big Difference”.
2. Ricardo Saldaña, “Las puertitas del Dr. K”, pág. 13.

No hay comentarios:

Publicar un comentario