miércoles, 27 de julio de 2011

Y mostró la hilacha, la crueldad de una abuela K

Cuentan que en los años ‘80 un caso dividió a la opinión pública, a los comunicadores y a los propios organismos de derechos humanos, ya que luego de inmensas e innecesarias penurias -20 años- la niña adoptada no era una hija de desaparecidos, adoptante y adoptada jamás pudieron borrar aquellos “tironeos feroces”. El caso no invalidó la lucha por la restitución de los niños apropiados pero parecía que había enseñado que no se pueden infligir sufrimientos gratuitos a unos para paliar los sufrimientos de otros.
No es aceptable ni justo que la “felicidad” de media humanidad se construya sobre la desgracia de la otra media, que, en estas dificilísimas situaciones, donde hay dolores inevitables producidos por la “verdad”y de los otros, los de los procedimientos brutales, existan seres que se ensañen con el “dolor” de víctimas -niños apropiados o familiares de niños apropiados- para sostener una postura política o una persecución ideológica o peor aún una persecución política. El “error” es una posibilidad siempre presente en estas luchas pero la perseverancia no puede dar lugar al encarnizamiento y la persuasión nunca puede ser “acoso”.
Sería demasiado ambicioso -por no decir farandulesco- endilgarle al kirchnerismo la hechura de una “revolución cultural”, aunque sus militantes mercenarios -La Cámpora- y los seudo intelectuales -Carta Abierta- suelan hablar e intenten generar el “relato” de la presunta “batalla” en ese sentido o dirección; sobre esta presunta “revolución cultural” la prensa oficial y buena parte de los organismos de DDHH cooptados por el kirchnerismo construyeron un relato perverso en torno de padres adoptivos, hijos apropiados poniendo en la picota, escarniando brutal e innecesariamente, a unos y a otros invocando en algunos casos hasta “diferencias sociales” -los adoptantes pertenecían a clases acomodadas, y los “apropiados” a clases humildes- lo que los llevaba a preferir continuar con la “mentira” porque la “verdad” los condenaba a menos comodidades y beneficios.
Hasta allí se llegó, rebajando la digna lucha de la “recuperación de niños apropiados” al terreno de la ignominia, la mentira más burda y la procacidad de dirigentes de Abuelas y Madres de Plaza de Mayo que replantearon muchos de aquellos dilemas -de la historia de los 80 del siglo XX- en una versión injusta e injustificable, pues aquella fue el producto de una equivocación inducida por el amor y la desesperación, mientras que en el caso presente el amor de los abuelos que los creían sus nietos fue “asquerosa y brutalmente” utilizado como ariete por las exigencias políticas de un gobierno que, antes de conocer los resultados de las pericias -o porque los conocían de antemano- ya había “adelantado su fallo”
La Presidente, que debería ser la garante de los derechos de los ciudadanos, sin dudarlo y a sabiendas, se refirió a la madre adoptiva como “la apropiadora” renegando explícita y específicamente del rol constitucional que emana de su cargo institucional; los intelectuales, actores, músicos, miembros del mundo de la farándula y periodistas que debieran buscar la ecuanimidad se pervirtieron tras una “conversión” bastante más virulenta y despiadada que entre el pueblo de “a pie” y hasta de gobernadores, intendentes o sindicalistas del oficialismo, que supieron guardar cierta compostura y equidad contraponiéndose con aquellos otros. Estela de Carlotto en diálogo con Jorge Fontevecchia llegó a sostener “son chicos apropiados”, no porque se tratara de una presunción sino porque se trataba de una “convicción” y llegó a agregar “yo no creo que haya amor, creo que hay propiedad privada”.
Esta “abuela kirchnerizada” había abandonado su habitual delicadeza, quizás para “pagar” los nombramientos presidenciales de sus familiares en puestos gubernamentales y legislativos, y fue aún mucho más allá:“ojala alguno de ellos lo sea” (un chico apropiado); ahora con los resultados hechos públicos ella y varios medios oficiales propagan voces que advierten que“nada está terminado” porque todavía queda por dilucidar cuál fue el proceso que culminó en su adopción. ¿Qué cambiaría la respuesta a este interrogante? ¿Alteraría, acaso, los resultados de los cotejos de ADN? ¿Por qué les importa el motivo que los Noble Herrera tuvieron para pedir el cotejo con “todos” los datos del Banco Nacional de Datos Genéticos?
Este largo y sinuoso -macabro y farandulesco- episodio al contrario de aquel otro de los ’80, deja la impresión, de que alguien mueve los hilos y juega al juego de “nunca acabar”; un eterno recomenzar porque el objetivo no es conocer la historia que relata el cuento -un cuento que tal vez no exista- sino mantener “viva, abierta, amenazante” la pregunta enloquecedora “¿querés que te cuente el cuento de la buena pipa?” De todas formas, hay que reconocer que el Gobierno, y sus adláteres, es democrático en ese aspecto, pues no manipula sólo las tragedias ajenas; entre los intelectuales, actores, músicos, miembros de la farándula y periodistas la entrada en la militancia ha devenido, la enorme mayoría de las veces, en “religiosa transfiguración”, mientras que en los políticos y los sindicalistas no han hecho más que seguir el protocolo del “verticalismo”,con mucho más de poderosa obediencia que de entusiasmo, de manera casi folklórica y sobre todo ceremonial.
También manipula, a ratos con tristeza y a ratos con alegría -cada vez con más momentos de tristeza, pero siempre con un “fin superior”- sus propias vicisitudes y, a partir del pasado 27 de octubre, la Presidente CFK puso por delante “su duelo” y no hizo esfuerzo alguno por ocultar que el prolongado “luto” por la muerte de “él” iba a constituirse en una “marca de su gestión”. Pero hemos asistido también a espectáculos patéticos como el de contemplar a actrices que jamás se habían interesado en nada público que no fuera “el propio” proferir dilatados ditirambos sobre supuestos cambios sociales con la seguridad de quien se ha aprendido bien su papel, o a cantantes llorar a moco tendido a cámara cuando el presunto logro gubernamental así lo ameritaba.
Vemos a intelectuales, otrora críticos, dejar de lado el mínimo reparo proveniente de la lucidez, ya que no puede existir lo que podría llamarse “kirchnerismo crítico” pues esta línea política sólo admite “adhesión absoluta y férrea”, y pasar a ser sumisos propagandistas del discurso y el relato oficial; patético resulta contemplar a ex periodistas de interesante trayectoria travestidos en voceros políticos de actos públicos, cuando no en destripadores de ex colegas que osan no encuadrarse en el “batallón de predicación K”. Ahora, las redes sociales le valieron a “La Jefa” para comunicar la felicidad por la llegada de nuevos miembros a la familia, devolviéndola al mundo de los twitteros -un universo abandonado tras el luto-, sin la aprobación (dicen que con la contrariedad más profunda) tanto de Máximo como de su sobrina, que consideraron como una intromisión indebida en sus vidas privadas y en el de sus parejas estas “alegres” propagaciones.
Creer que todos -familiares, intelectuales, artistas y periodistas- hayan puesto precio contante y sonante a sus arrebatos o acciones supondría una temeraria exageración, pero sorprende encontrar a alguno de éstos repentinos iluminados en el desamparo económico; es quizás el símbolo más elocuente de lo que le ha hecho a la sociedad argentina el accionar K, lo sucedido con las Madres -sector Bonafini y Schoklender- y las Abuelas de Plaza de Mayo, transformadas de luchadoras de los DDHH a aplaudidoras espasmódicas y consuetudinarias en los escenarios del régimen. Es que al kirchnerismo le calza como un guante la frase que define a la política como “el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar luego los remedios más equivocados” -una de las cumbres del pensamiento de Marx (pero de Groucho Marx)-.
Esta decadencia parece haber culminado su paroxismo con una declaración asombrosa, y luego del cotejo de los ADN de Marcela y Felipe que despejara cualquier posible duda de ser producto de toda o cualquier “apropiación”-como intentaran vanamente antes en el período del menemato y ahora en el kirchnerismo (siempre y en toda situación con asombrosas similitudes)- con lo dicho por la Abuela que mostró perversamente la hilacha cuando sin pelos en la lengua deseó que fueran hijos de desaparecidos, para así poder cumplir con su triste papel de “felpudo del poder”; cuesta medir la perversidad de semejante deseo.
Como explicábamos al iniciar este artículo, la mayoría de las personas adoptadas suelen llevar “una carga muy pesada” por esa misma y triste circunstancia, y seguramente lo que menos esperan es que “otros” ajenos se metan en su privacidad; son ellos mismos quienes especulan mucho sobre el qué llevó a sus padres biológicos a abandonarlos o a darlos en adopción y llegan a juzgar con mayor o menor rigurosidad éste abandono. La mayoría de los padres que pasan por el imperioso trance de dejar a sus hijos en manos de otros lo hace por motivos económicos o familiares, la inmensa mayoría de las veces llegan a este trance último y desesperado jóvenes desesperadas por embarazos adolescentes, o las innumerables penurias de la pobreza, o violaciones o “relaciones condenadas” socialmente.
Pero desearle a cualquier adoptado que sea hijo biológico de personas apresadas, martirizadas y asesinadas, cuyos cuerpos suelen permanecer desaparecidos por la dictadura genocida supone un ejercicio de crueldad inaudito y más viniendo de quien se supone que por su condición de “abuela”de hijos apropiados y “madre” de padres desaparecidos, llega al paroxismo de la más burda y cruel paradoja; que sea Estela de Carlotto quien se haya trasvertido en alguien capaz de desear tamaño espanto no sólo escapa a cualquier tipo de razón o de sentido humanitario sino que la emparenta directa y sutilmente con quienes ella dice “perseguir”, y habla tan a las claras, con la más absoluta elocuencia, de la sombría capacidad del cambio que ha logrado producir hoy el muy virulento “calor oficial”.

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