jueves, 25 de agosto de 2011

La nueva hegemonía: un peligro llamado Cristina

Ya se leen y escuchan advertencias sobre la amenaza que supone para las instituciones el enorme caudal de votos que, muchos descuentan, obtendrá el kirchnerismo el 23 de octubre. Mitos y realidades. El “tapado”Binner y dos “helados” que se derriten.
Los remezones por el resultado de las elecciones primarias del 14 de agosto continúan pero algunos de los más afectados por el huracán “Cristina” parecen haber comenzado el camino de la recomposición.
Como en otros momentos del pasado, quienes primero dieron cuenta de la nueva situación fueron los comunicadores, en particular los del “staff”permanente del antikirchnerismo.
Dos palabras comienzan a leerse y a escucharse en estas horas: una es “hegemonía”; y la otra, vinculada directamente con ésta, es “peligro”.
La ecuación se armaría más o menos así: si la Presidente repite el 23 de octubre una elección como la de las Primarias, es decir, si supera el 50% de los votos, estaría muy cerca de obtener la mayoría propia en la Cámara de Diputados. Con apenas algunos aliados, estaría a un paso de conseguirla, lo que se sumaría al control del Senado.
Esta “peligrosa” situación le abriría la puerta a una nueva “hegemonía” del kirchnerismo, que podría gobernar en soledad con unos bloques legislativos convertidos en mera escribanía para aprobar los proyectos del Ejecutivo.
Tanta fortaleza política es algo deseado por cualquier gobierno, sea de izquierda, de centro o de derecha, y también por todos los sectores del “establishment”, que por naturaleza prefieren un gobierno fuerte, no importa cuál sea su tendencia política (El ejemplo de China nos exime de mayores comentarios).
Pero los analistas opositores consideran que tamaño capital político en manos de Cristina Kirchner es una amenaza para todo el sistema institucional.
Sergio Berensztein, el prestigioso director de la consultora Poliarquía, opina que el 23 de octubre pasó a ser visto, en todo caso, “como una suerte de elección legislativa en la que el principal desafío consiste en evitar que el kirchnerismo retome el control de ambas cámaras y, en consecuencia, esté en condiciones de avanzar en una agenda legislativa potencialmente más radicalizada, consistente con la idea de ‘profundizar’ el modelo”.
En su primer análisis sosegado luego del triunfo oficialista, Joaquín Morales Solá advirtió: “Los economistas dicen que esta política de dispendios podría durar entre seis meses o un año más, si antes no se metiera un viento externo de frente. Hay que creerles. De otro modo, sería el triunfo de la esperanza sobre la experiencia”. Después de su catarsis de la semana pasada contra la oposición, el columnista de “La Nación” pareció haberse recompuesto. Reconoce ahora que “las sociedades no votan de acuerdo con el pronóstico de los economistas, ni de las ideas de los analistas políticos, ni según las deducciones de los intelectuales”. Y expresa su complacencia por esto, “porque todos ellos se apropiarían, en caso contrario, de un poder indebido”.
En efecto, si algo quedó claro el 14 de agosto es que la sociedad argentina no se sintió “tironeada” por la prensa antiK. O, si se prefiere, que se inclinó por un voto que tuvo en cuenta otros factores. Ni las recurrentes denuncias de corrupción, ni las acusaciones de autoritarismo influyeron en las primarias. Y todo indica que no lo harán en el futuro inmediato, en las presidenciales de octubre.
Que no tuviera efecto, hoy, la prédica de los medios encabezados por el Grupo Clarín no significa que si la tuviera el conglomerado de medios que opera a favor del oficialismo. No obstante, está claro que el proselitismo de Clarín ya no convence y el de Canal 7 y la red de medios kirchneristas no produce el mismo hastío, aún, que el grupo que conduce Héctor Magnetto.
Pero volvamos a la nueva tesis opositora. Decíamos -dicen- que dentro de 60 días podría consumarse un triunfo glamoroso de Cristina que la pondría al borde del exabrupto institucional. Incluso algunos comentaristas (el propio Berensztein, por ejemplo) advierten que hasta podría repetir una performance como la de Juan Domingo Perón en 1973, que cosechó poco más del 62 por ciento de los votos.
En rigor, tal escenario es improbable. El del regreso de las mayorías kirchneristas, decimos.
De hecho, en la que anticipan -y así desean que sea- que funcionaría como una elección legislativa y no presidencial, es incluso probable que los números de CFK se mantengan. Y, paralelamente, que los de algunos opositores crezcan. Más dependerá de lo que hagan los segundos que la primera.
Podría ser el caso del Frente Amplio Progresista que lidera el socialista Hermes Binner, el único candidato presidencial opositor que en las Primarias salió fortalecido. En declinación las estrellas de Eduardo Duhalde y Ricardo Alfonsín, sus candidaturas quedaron a la intemperie y parecen haber recogido todo el apoyo que podían. Con este esquema, parte de los votos de Alfonsín y todos los de Carrió podrían ir a engrosar el caudal de Binner, quien concentraría un 18/20 por ciento de adhesiones que le permitiría armar un bloque que sumaría entre quince y 18 diputados nacionales.
Pero, más importante aún, con la elección ganada de antemano por el oficialismo y la dilución del caudal electoral de los dos segundos, el escenario post-octubre dejaría “libre” casi un tercio del total de votos. Se trataría de una suerte de “barajar y dar de nuevo” pero sólo para la oposición. Así las cosas, en efecto, el 23-O operaría como un comicio legislativo, de mitad de mandato.
Hacia eso, por otra parte, se encaminan los agrupamientos de la oposición.
Con la elección ya resuelta, como planteaba el slogan de la campaña de Héctor J. Cámpora y Vicente Solano Lima hace ya 38 años, el oficialismo sólo debería dejar pasar el tiempo hasta dentro de ocho domingos. Una recorrida de este columnista por las principales encuestadoras con la pregunta sobre si no entraña alguna peligro que se dé por descontado el triunfo, la respuesta unánime fue que de ninguna manera.
Si este es el escenario más probable, entonces podría intentarse un análisis más profundo sobre el nuevo poder a partir del 10 de diciembre, cuando Cristina se entregue el poder a sí misma.
En primer lugar, se fortalece la sensación de que Amado Boudou tendrá un papel importante en el nuevo Gobierno. El todavía ministro de Economía acompaña a la Presidente en casi todas las reuniones con empresarios, que en las últimas semanas han sido muchas. Una de las tareas que le pidió continuar, más allá de su rol en el Senado, es la de la negociación con el “Club de París”, un tema que considera una “espina” en su gestión. Probablemente otros funcionarios como Hernán Lorenzino sigan el día el día pero Boudou tratará de seguirle el paso el asunto.
Juan Manuel Abal Medina se prepara para continuar en su cargo de secretario de Medios de Comunicación, pero Cristina imaginaría para él un futuro con mayores responsabilidades: la jefatura de Gabinete, que de paso incluye la estructura que hoy comanda.
En cuanto a si un futuro gobierno de Cristina supondría el salto a una administración “cesarista”, sin límites institucionales de ningún tipo, más parecida a los últimos años de crispado kirchnerismo, mucho dependerá de dos factores: el primero, la propia interna del partido en el gobierno; el segundo, la actitud que adopte la oposición mediática.
Un indicio, amenazante, lo dio el casi electo vicegobernador bonaerense, Gabriel Mariotto. A pocas horas del “urnazo” de hace diez días, el aún titular de la Administración Federal de Servicios de Comunicación Audiovisual (AFSCA) advirtió que el juez que atiende el amparo presentado contra el artículo 161 de la Ley de Medios Audiovisuales, el que preveía la desinversión y parecía sólo destinado a Clarín, debería dejar de “pisar”ese expediente. Mariotto destacó que la Corte hizo hincapié, en un fallo, que ese amparo debe sostenerse por un plazo “razonable”. El magistrado Edmundo Carbone parece decidido a sentarse sobre esa causa, tal el deseo y la necesidad de Clarín. Pero el aval de la ciudadanía podría convencer al Gobierno, o a algunos de sus integrantes, de la oportunidad de apretar el acelerador. No nos consta, pero no es impensable.
El Grupo Clarín, entretanto, se encuentra inmerso en un proceso de cambios internos. Difícilmente las principales caras periodísticas continúen en sus puestos en 2012, y esto no se debe a una supuesta “tregua” que habrían acordado con la Casa Rosada, como se afirma en algunos círculos que presumen de informados pero son nostálgicos y eternos conspiradores.
El recambio obedece a muchas razones, desde políticas hasta meramente profesionales. Pero según interpretan en el edificio de la calle Azopardo que ocupan por poco tiempo más los “primos” de “La Nación”, la cúpula de “Clarín” necesita “oxígeno”. Habrá algunas resonantes renuncias y retiros, pero el recambio está asegurado. Ricardo Kirschbaum, el secretario general del diario, seguirá por un tiempo en su puesto.
Los acreedores del holding multimediático han comenzado a hostigarlo financieramente. La paradoja es que la única buena noticia proviene de la Argentina por su importante nivel de facturación en dólares. (MDZ)

No hay comentarios:

Publicar un comentario