lunes, 22 de agosto de 2011

ARGENTINA EN EL TÚNEL DEL TIEMPO

El curso que siguen los acontecimientos sociales y políticos en la Argentina está confirmando una vez más la apodíctica conclusión a la que llegó en 1788 el famoso historiador británico Edward Gibbon autor de la “Historia y decadencia del Imperio Romano”: “en la naturaleza todo lo que no avanza retrocede.”
Si alguien supuso que el significativo retroceso que experimentó la sociedad argentina en la política y en la educación a partir del advenimiento de la hégira bárbara de los Kirchner en 2003 se detendría en los años 70’s, pues simplemente se equivocó, porque como el país no avanza hacia una democracia madura el deslizamiento hacia atrás continúa raudo con rumbo a estadios sociales y políticos mucho más rudimentarios.
Absolutamente perplejos por las cifras que arrojó la onerosa encuesta abierta y obligatoria en que se convirtió el alambicado artefacto inventado por los tan pícaros como mediocres secuaces del ilustre finado ex presidente, los analistas y opinólogos se detuvieron en la búsqueda superficial de razones circunstanciales que explicaran lo sucedido el histórico domingo 14 sin ahondar mucho en los factores profundos del extraño fenómeno que presumiblemente capitalizó el embobamiento colectivo de una gran masa de jóvenes víctimas de su analfabetismo funcional, la necesidad de los pobres cautivos del “pan del rey” de Luis XIV (hoy llamados planes sociales) y la miopía de una clase media presumida y mezquina que no ve más allá de sus intereses inmediatos.
Sin embargo, una mirada más reflexiva revela que la razón de fondo es que gran parte de la población argentina lleva aún en sus genes y sin procesar la impronta de la sumisión al monarca.
Son súbditos que se creen ciudadanos porque no son conscientes de la influencia que la carga genética que arrastran desde hace dos centurias tiene en sus actitudes personales.
De ahí la permisividad hacia los desmanes y abusos de los gobernantes y la indiferencia ante la destrucción de las instituciones, el manoseo de la ley y la manifiesta corrupción imperante en el Estado entre muchas otras distorsiones altamente corrosivas del sistema republicano.
Así, el “pueblo” argentino en un alto porcentaje quiere reyes, no presidentes, (de ahí la aparición del llamado hiperpresidencialismo) y respecto de esta aspiración colectiva hay que decir que los estrategas del kirchnerismo sabrán muy poco de cómo convertir a la Argentina en un país serio y próspero pero tienen una percepción intuitiva muy afinada acerca de los mecanismos de la psiquis social de los argentinos, de ahí la idea de “Cristina eterna” ya adelantada por Conti en un ataque de entusiasmo obsecuente y que seguirá al “ya ganamos” en cuanto luego de las elecciones se ponga en marcha el plan de dominación social que se incuba libremente en los laboratorios del poder favorecido por la incredulidad de los formadores de opinión que no le asignan al kirchnerismo la estatura necesaria para implementar una dictadura populista así como el establishment alemán consideraba al principio a Hitler un demente megalómano y torpe incapaz de producir cambios relevantes en la historia social, política y económica de Alemania.
La por ahora embrionaria idea de introducir el régimen parlamentario con reelección indefinida del presidente se asienta en esa percepción que seguramente resultaría victoriosa en un referéndum porque evidentemente es lo que quiere un “pueblo” ansioso por ponerse el dogal al cuello.
De este modo cambiarían entonces quizás los ministros pero no las monarcas (o “monarcos” según el singular léxico de la señora H2cero). En este sentido Wornat fue profética por lo menos en el título de“Reina Cristina” que le dio a su edulcorado relato supuestamente biográfico de la viuda.
Por cierto que tal propósito se ve alentado por la circunstancia de que hoy en el país ya existen señores feudales, vasallos y siervos de la gleba como había en el régimen político del Medioevo al que quiere volver el kirchnerismo, claro está que con otros matices y otras denominaciones porque hoy se llaman gobernadores, empresarios, sindicalistas, beneficiarios de planes, etc. que siguen girando dentro de la matriz del sistema monárquico clientelar.
Reyes, caciques, caciquejos y caudillos son las referencias al poder que todavía tiene esa porción de pueblo que es “soberano”en la teoría pero siervo en la realidad. A despecho de los esfuerzos de Sarmiento por sustituir el chiripá por la ciudadanía no ha podido superar la bicentenaria propuesta de Belgrano y San Martín (el que si viviera hoy seguramente sería kirchnerista según la particular óptica de la viuda) que promovían la instauración de un régimen monárquico encabezado por el Inca o Francisco de Paula o cualquier noble europeo, lo mismo daba ya que la anarquía, las ambiciones y el desconcierto amenazaban con derrumbar lo construido hasta ahí.
En su furibunda carrera hacia atrás la concepción kirchnerista perfora el estadio más evolucionado del sistema llamado monarquía constitucional y aspira a volver a la monarquía a secas previa a Oliverio Cromwell en la cual el poder del rey no tenía límites de ninguna naturaleza, hacía la ley, la cocinaba y la aplicaba a su gusto porque dado su origen divino sólo reportaba al Creador de quien provenía su poder, “modelo” que hoy los acólitos de la viuda trasmutan a la actualidad a tenor de un simple eslogan:“los votos son de Cristina”. Traducción: el Congreso y la Justicia también.
No importa con que ropaje se vista, una dictadura será siempre una dictadura y por lo tanto indefectible y absolutamente opuesta a toda noción de República democrática, pero evidentemente eso es a lo que aspira la mayoría de los habitantes de este país, aspiración que hizo innecesario el escandaloso fraude perpetrado el 14 con el objeto de asentar en la sociedad una idea que ya está en sus genes desde hace dos siglos.
De ahí la airada reacción gastrointestinal del cantautor Fito Páez devenido en vocero del vasallaje contra una sociedad como la porteña que con todos sus defectos siempre se resistió a aceptar los arrestos dictatoriales de caudillos agrandados que se suponen imbuidos de la misión sagrada de dictaminar lo que le conviene al pueblo.

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