lunes, 22 de agosto de 2011

EL GOBIERNO REDISEÑA EL MAPA POLÍTICO

Macri y Binner, los opositores socios de Cristina
El reconocimiento oficial por Dilma Rousseff de que la crisis internacional ya está afectando la economía brasileña fue esta semana la señal que puso en estado de alerta a la Casa Rosada. La economía brasileña mostró claras señales de enfriamiento desde junio pasado. Mientras parte de esa desaceleración puede tener su origen en problemas en Europa y los Estados Unidos, factores locales, como altas tasas de interés, débil actividad manufacturera y un ritmo de gastos de consumo reducido también pesaron. El inevitable contagio de Brasil a la Argentina hace ahora que la mesa chica del cristinismo se prepare para una larga tormenta, que incluso puede predisponer el mal humor social y la retracción del consumo antes del 23 de octubre.
El oscurecimiento de la economía es uno de los dos riesgos mayores que amenazan con deslucir, o hasta complicar, la reelección de CFK. El segundo es que va creciendo en la opinión pública la convicción de que los resultados de las primarias están manchados por el fraude. Se están acumulando cientos de denuncias que acreditan la manipulación de resultados por el centro de cómputos, la adulteración de los telegramas electorales y el robo en gran escala de boletas, etc. El 50,7% obtenido por el Frente para la Victoria superó los pronósticos más optimistas de los encuestadores oficialistas. ¿Por qué al gobierno le habría convenido adulterar los resultados en una elección donde CFK no competía con nadie? La respuesta radicaría en un principio esencial enunciado por Carl Von Clausewitz en su obra maestra, De la Guerra: el verdadero objetivo es la destrucción de la voluntad de lucha del enemigo. Una diferencia de casi 40 puntos con Ricardo Alfonsín, Eduardo Duhalde y Hermes Binner sería, entonces, más que suficiente como para convencer al electorado opositor de que es imposible que haya segunda vuelta. En cambio, si la presidente hubiera en la primarias apenas superado el 40%, se habría reavivado la esperanza opositora de forzar el ballotage. La obvia cadena de irregularidades en las primarias no tiene capacidad para provocar una crisis, sencillamente porque el fraude en cuestión no cambió en el fondo nada, ya que cada fórmula presidencial funcionaba como lista única. Pero la reiteración de estas maniobras el 23 de octubre podría manchar de ilegitimidad el segundo mandato de CFK y adquirir entonces consecuencias estratégicas. Sobre todo si se instala la creencia de que la reelección fue el producto de un acto de corrupción.
El nuevo tablero
Mientras afronta el nuevo escenario de riesgos, el cristinismo ya empieza a rediseñar el mapa político. El gran resultado obtenido por la presidente el 14 sirvió, entre otras cosas, para que Amado Boudou se haya consolidado como una especie de primer ministro. El objetivo de este último antes de mudarse al Senado sería imponer como sucesor al Secretario de Finanzas Hernán Lorenzino. De conseguir esto, Boudou se convertiría en un vicepresidente con poder propio en el gabinete. Preocupado por el encumbramiento del ministro rockero, Carlos Zannini oferta para el palacio de hacienda a Mario Blejer, y La Cámpora, al titular de la ANSES, Diego Bossio. Éste podría escapar al control de Boudou, su actual jefe.
Hacia adentro de su gobierno, CFK va convirtiendo entonces a Boudou en su columna vertebral. Y hacia afuera, el cristinismo pivotea en torno a dos ejes. El primero es la expectativa de que la UCR y el duhaldismo implosionen el 23 de octubre. Los radicales no parecen esperar tanto para mostrar su crisis interna. Ernesto Sanz apareció días atrás sin Alfonsín, convocando a votar a los las listas de legisladores radicales, en un sutil retiro de apoyo a la candidatura de este último. Jesús Rodríguez no fue menos y golpeó sin disimulo al pacto Alfonsín-De Narváez. Algunas fuentes señalan que Julio Cobos podría aparecer a la brevedad con el “yo se los dije”, lo que agudizaría la crisis partidaria en ciernes.
Una UCR en guerra civil sería ideal para un gobierno que probablemente termine impulsando nuevas leyes de emergencia económica para enfrentar la crisis que se avecina. Con los bloques radicales de ambas cámaras fracturados, todo sería más fácil.
El otro eje para el rediseño de la oposición son los acuerdos entre CFK y Mauricio Macri. Éste empezó a reclamar que Alfonsín y Duhalde den un paso al costado, quedando entonces Hermes Binner como el candidato central de la oposición. La crisis de la UDESO y un eventual mal resultado el 23 de octubre, podrían dejar exánime a Francisco de Narváez. El PRO abriría entonces los brazos para recibir a los náufragos del denarvaísmo y también a los provenientes del duhaldismo, si el ex presidente no consigue un caudal de votos bastante superior al del 14 de agosto. En principio, Cristina parecería estar feliz con la perspectiva de que Macri crezca a expensas de las derrotas de Duhalde y De Narváez. Es que el PRO se va convirtiendo en un aliado confiable de la Casa Rosada, por varias razones. La primera es que, al igual que el socialismo en Santa Fe, el macrismo tiene que gobernar y para esto necesita cierta cuota mínima de respaldo de Olivos. Por ejemplo, el jueves, el Secretario de Transporte anunció la creación de un fideicomiso para financiar el soterramiento del Ferrocarril Sarmiento, obra presupuestada en 2100 millones de pesos, que fue adjudicada a IECSA, la empresa que Franco Macri dice que le vendió a su sobrino Angelo Calcaterra. En cuanto a Antonio Bonfatti, ya se habría reunido con Roberto Feletti, viceministro de Economía, para acordar medidas de apoyo de esa cartera a la administración provincial.
La alianza Cristina-Macri, sumada a un pacto de la gobernabilidad con el socialismo santafesino, le permitiría, entonces, al kirchnerismo un resultado casi ideal: contar con una oposición que, en realidad, es su socia, por razones de gobernabilidad.

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