viernes, 2 de septiembre de 2011

Probables causas del triunfo y posibles agravantes de la derrota

Probables causas del triunfo y posibles agravantes de la derrota

Quienes valoramos enfáticamente la aplicación de un sistema liberal de la política y de la economía, somos quienes más tenemos que respetar la voz de las circunstanciales mayorías, expresada en las urnas. Y dejamos para los autoritarios del poder, los resentidos sociales y los dogmáticos ideologizados, las conclusiones que desprecian a quien no opinan o no sienten como ellos. Los opositores perdimos rotundamente, sin atenuantes, y eso nos obliga a preguntarnos por qué y cuáles fueron las causas que provocaron nuestra derrota, así como cuáles fueron las bondades que el oficialismo logró trasmitir, sea real o simbólicamente.
Nos guste o no, la vida de las sociedades es más larga que las nuestras y las posibilidades de rectificación por parte de aquellas, pueden demorarse o diluirse, pues siempre tendrán tiempo de ocurrir. No pasa lo mismo, por cierto, con quienes tenemos un límite de vida próximo y no nos resignamos a dejarle a la próxima generación, un país al menos un poco mejor y mucho más confortable que el actual.
Las causas del triunfo de la señora de Kirchner son varias, las que, con mayor o menor peso, confluyeron para un triunfo básicamente personal. Trataremos de analizarlas una a una, en base un posicionamiento necesariamente subjetivo y, por lo tanto, discutible. Hace pocos meses sosteníamos -y desde siempre lo sostenemos- que los resultados de una elección presidencial se basan en dos motores: intereses económicos y esperanzas emocionales de los votantes. Y que esa mezcla de pragmatismo y emotividad es la fuerza impulsora de la mayoría de los votos, aún para el más indiferente de los ciudadanos.
Como sabemos, el grueso de la población no se involucra en la gestión política y toda su participación se limita a elegir periódicamente, a quienes creen que los favorecerán como personas, como miembros de una familia o como integrante de un grupo. Y, a nuestro juicio, no hay nada criticable en ello, pues no podemos pretender que a la mayoría de las personas les interese la cosa pública de la misma manera en que, como a muchos de nosotros, nos preocupa y nos ocupa parte de la vida para servirla (y no para servirse de ella). En todo grupo humano siempre existen miembros más dedicados al prójimo o al bien público, más altruistas, más comedidos, más comprometidos o más solidarios. Suelen ser grupos minoritarios, pues la gran mayoría está constituida por “polizontes” o free riders. [1] Y no somos quienes, para juzgar mal que así sea.
Esa amplia mayoría nos dio una lección contundente a quienes habíamos pronosticado la derrota oficialista y hasta que dudábamos si la señora de Kirchner habría de presentarse como candidata. Estamos convencidos que la bolilla 1 de un programa destinado a mejorar a los argentinos, es aprender a perder sin echarle la culpa a terceros. Y esa bolilla -saber perder-, ya la hemos aprobado hace rato. El pequeño atenuante de ese pronóstico fallido puede surgir de habernos basado equívocamente en los resultados de la C.A.B.A., en donde el triunfo de la presidente estuvo acotado de manera nítida, como para quitarle la pretensión de ganar en primera vuelta. Pero lo concreto -y más allá de las pillerías fraudulentas que sí, es cierto, se concretaron en el conurbano y, probablemente, en algunas provincias del interior-, el triunfo oficialista es inobjetable.
Vayamos a las causas, según nuestro punto de vista:
1. Los intereses económicos del votante
Según la Consultora W [2], la composición de la pirámide socioeconómica de la población argentina, entre los años 2004 y 2010, se comportó así:
1) la clase alta (abc1) creció del 5,4% del total al 7%, es decir, un 30%;
2) la clase media alta (c2), se incrementó del 14,4% al 17%, o sea, un 18%;
3) la clase media típica (c3) pasó de 24,8% al 30%, es decir, con un crecimiento del 21%.
4) la clase media baja (d1) descendió del 33,2% al 32%, o sea, -3,6%; y,
5) la clase baja (d2/e) disminuyó del 22,2% al 14%, es decir -59%.
Esta información estaba disponible varias semanas antes de las elecciones primarias y, sin embargo, no fue considerado por nosotros como un indicador significativo de la decisión electoral. Nos equivocamos, ya que lo cierto es que, en esos 7 años, se registró un crecimiento del 30% en la clase alta, de un 14% en la media alta y de un 21% la clase media típica y, por el otro lado, existió una disminución de 4% en la clase media baja y de, nada menos, que del 59% en la clase baja. Se trata de datos estadísticos objetivos, más allá que esos resultados sean obra de una buena gestión o el fruto de una corriente de buena suerte.
Naturalmente, existen otros datos también objetivos que no lucen con la misma intensidad, pero ellos no son tan palpables para la mayor parte de los votantes. Si bien actualmente, continuamos siendo el tercer país entre los latinoamericanos en cuanto a tamaño del PBI, con 309.000 millones de dólares; precedidos por Brasil (1.572.000 millones) y por México (875.000 millones) [3], la distancia que nos separa de los dos primeros, es cada vez mayor.
Por otra parte, sólo ocupamos el sexto lugar en la comparación del PBI per cápita, con u$s 7.550 por habitante; detrás de Venezuela (u$s 10.090); Brasil (u$s 8.070; Chile (u$s 9.470); Uruguay (u$s 9.010); y México (u$s 8.960), cuando supimos ser orgullosos primeros. Y si miramos la participación de nuestro país en términos de la pobreza infantil, vemos que tenemos un 28,7% de niños pobres, por detrás de Costa Rica (20,5%); Chile (23,2%) y Uruguay (23,9%) [4]. Por lo tanto, no todo lo que reluce es oro, aunque la mayor parte de la ciudadanía no registra estos datos y ni siquiera sabría cómo registrarlos.
Otro dato negativo: entre 2007 y el primer semestre del 2011 se fugaron -sea por estar guardados en “el colchón” o porque fueran enviados al exterior-, más de 60 mil millones de dólares, mientras que los depósitos en dólares en ese mismo período no alcanzaron a los 9.000 millones [5]. Esos 51.000 millones de diferencia se retiraron del circuito económico -y, por lo tanto, no integraron significativamente la inversión ni el consumo-, lo que, junto a la devaluación internacional del dólar, permitió la paradoja de que la inflación se aquietara en, más o menos, el 23% anual que estamos sufriendo en el presente. [6]
Así, la población percibió que la inflación es alta pero que está estabilizada, que no se desbocó, y que, además, para los asalariados públicos y privados y para una buena parte de los jubilados, los ingresos no se deterioraron significativamente, pues el salario “real” se ha mantenido estable, sin perder poder adquisitivo en los últimos cuatro años. Agreguemos que, muchos de esos mismos agradecidos empleados públicos -alrededor de un 40%- fueron nombrados durante los siete años de kirchnerismo y que otro tanto ocurrió con el número de también agradecidos jubilados que se incorporaron a la clase pasiva (hubiesen realizado o no, aportes).
Como queda claro, la situación económica general era y es objetivamente buena y estable, sobre todo para las grandes franjas de las clases medias y bajas. Y lo mismo ocurrió con toda la población del interior, o sea, el campo y sus zonas de influencia. Nosotros -los que apoyamos la lucha contra la Resolución N° 125, ideada y sancionada por Lousteau y que fuimos a las concentraciones en su repudio-, pensamos, con bastante ingenuidad por cierto, que el rencor podría más que el bolsillo. Pero no fue así: hubo un voto -tal vez, vergonzante- “del campo” a favor de la señora de Kirchner, quien, por otro lado, se benefició sin haber hecho nada de nada para que el precio de la soja volviera a subir a más de u$s 500 la tonelada. Pero, es sabido que a veces, “unos se echan la fama y otros cardan la lana”.
2. El componente sentimental del voto
Hasta aquí, hemos registrado los buenos resultados económicos. Ellos, de todos modos hubieran garantizado una alta probabilidad de realizar una buena -o muy buena- elección de la presidenta, aunque su marido no se hubiera muerto repentinamente. Pero esto último fue lo que efectivamente ocurrió y lo que, seguramente, conmovió a no pocos electores, agregándole un lote significativo de votos, especialmente en las mesas femeninas pues ya sabemos, “todos los hombres las unen y, sólo un hombre, las separa” (a excepción, como en este caso, de que el hombre se muera).
Pero el innegable gran mérito personal de la presidente, es haber logrado escindir su primer mandato de gobierno, del precedente que gestionara su marido fallecido, pues él se llevó a la tumba gran parte del rechazo visceral que suscitaba con sus compadradas y fanfarronadas, propias de un individuo inseguro y con síndrome de persecución. La presidente se juntó en el “luto”, pero no se revolvió en él. Esa fue su gran intuición y su incuestionable habilidad política. Rasgo doblemente meritorio, porque no es una funcionaria que se dedique por tiempo completo a su métier, y sólo lo hace en unas pocas horas por día.
Veamos otro componente vinculado a lo emocional: el“modelo” de los Kirchner “suena bien a los oídos de cierta izquierda vernácula”, esa izquierda argentina, nostálgica desde siempre, en la que“cualquier cacatúa sueña con la pinta de Carlos Gardel” (aunque, aclaremos, no es así visto por “la izquierda progresista democrática latinoamericana, ni por una izquierda marxista ideológicamente consistente y rigurosa”) [7]. Ellos constituyen un sector importante de la sociedad argentina, aglutinado ahora por el temor al turno de la derecha.
Aquella izquierda sentimental no tiene muchos votos, pero sí en cambio goza de la adhesión de varios grupos: funcionarios siempre bien ubicados dentro de la burocracia estatal; mandos medios de empresas semi-estatales y de los medios de comunicación; los eternos “mantenidos” que siempre rondan en la política y, por último aunque no menos importantes en peso, los mercenarios de la pauta de publicidad oficial. Son todos ellos agentes de propagación, que actúan con eficacia dentro de pequeños círculos, aunque sin duda suelen estar excesivamente remunerados para compensar los modestos servicios que prestan. Sin embargo, alcanzan cierta resonancia dentro de una sociedad en la que somos más bien pocos los que asumimos pensar políticamente desde la derecha.
Pero, cabe aclarar que este componente emocional es necesario y diríamos imprescindible, aunque insuficiente, pues por sí solo no consigue ganar elecciones. Precisa estar acompañado de una relativamente buena gestión o, si así no fuera, de que el público la perciba al menos como tal. Y porque ello no ocurrió así, en la relativamente benigna crisis económica de 2008-09, es que se afectó tanto la imagen del gobierno, provocándole la derrota electoral de 2009. Mora y Araujo lo puntualizó con claridad: “Cuando la imagen del gobierno de Cristina Fernández declinó, no fue porque la sociedad se movió a la derecha, sino porque la gestión comenzó a defraudarla”. [8]
En resumen, la recuperación económica de los últimos 12 meses, junto al “efecto luto”, mezclados con una demagogia desembozada, agregado a la conmovedora pero falsa lucha épica “contra los poderosos de afuera y de adentro”, unido al simpático y resentido izquierdismo típicamente argentino, hicieron el resto como cocktailganador. Y lo cierto es que, la mayoría de los opositores no supimos ver con objetividad ese escenario y pensamos que, aunque sí lo hubiéramos visto, no habríamos podido alterar el resultado, tal como acertadamente lo previó Jaime Durán Barba. Como ocurriera a fines de los 90 con Carlos Menem, la mayoría de sus actuales votantes terminará enojándose con la señora de Kirchner, cuando las circunstancias económicas internacionales dejen de favorecer a su gobierno y a buena parte de los argentinos, y entonces los múltiples embriones de los problemas actualmente pospuestos, estallen. Y creemos que, desgraciadamente para todos, no falta tanto tiempo para ello, vista la tensión económica internacional.
Es cierto que, así como los Kirchner no tuvieron nada que ver con el viento de cola, tampoco podremos atribuirles responsabilidad cuando la economía internacional se complique. Pero preferiríamos tener que enfrentar las próximas turbulencias con un timonel avezado y realista, y no con una persona ideologizada y voluntarista. Porque el sufrimiento podrá ser atenuado con habilidad política y técnica, y será, en cambio, innecesariamente más duro con dirigentes como la Sra. de Kirchner, cargados de resentimiento, siempre prontos a buscar culpables e imaginar conspiraciones.
Se confirmó, una vez más, que ni los ostensibles negociados de funcionarios, ni los impúdicos incrementos patrimoniales de los figurones del régimen, hacen mella en el electorado cuando el consumo es intenso. ¿Para qué cambiar?, se preguntó posiblemente la mitad del electorado. Como muchos cónyuges -hombres y mujeres- que miran hacia otro lado para no ver las picardías clandestinas de su otra parte, con tal mantener una “buena calidad de vida y confort”, la sociedad argentina mayoritariamente prefiere no ver lo que no quiere ver. Así ocurrió, con el gobierno militar y con Menem, mientras hubo euforia consumista, tipo “dame 2”. Y después, esa misma sociedad, para purgar la culpa colectiva de su mayoría, termina con ensañarse con la crueldad de los conversos, justo cuando la fiesta hay que pagarla.
Los agravantes de la oposición
Casi todo el periodismo especializado y los comentaristas políticos coinciden en condenar a los líderes opositores, por no aunar fuerzas tras un solo candidato con un frente común. A nuestro modo de ver, se trata de una crítica un poco injusta. Sus dirigentes, en realidad no guían a los afiliados del partido al que pertenecen, bajo un programa o a un conjunto de principios acordados. Antes bien, los conducen basándose en una mezcla de los antecedentes personales y el carisma de los candidatos, o mediante la formación de coaliciones oportunistas y temporarias, lo que les permite generar cierta esperanza en el elector.
Nos guste o no, los partidos políticos han dejado de ser la espina dorsal de la democracia. Contemporáneamente, los partidos políticos -y no solamente en Argentina- ya no reclutan a sus prosélitos o afiliados entre quienes integran y conforman una red de intereses materiales y espirituales más o menos comunes, cohesionados con enfoques políticos compartidos, sino que sólo constituyen un elemental mecanismo de intermediación con el poder, por lo que, cuando más lejos se hallen de ese poder, menos seguidores tendrán. Será por ello que las viejas denominaciones partidarias -socialistas, conservadores, justicialistas o radicales-, han devenido en nombres de dirigentes junto al sufijo “ismo”(peronismo, alfonsinismo, duhaldismo, kirchnerismo, felipismo, binerismo, con la excepción impronunciable de “carrioismo”).
Por lo tanto, los partidos políticos se han transformado en simples maquinarias de acceso al gobierno, con carencia de programas o sin necesidad de asumir compromisos éticos, apoyándose siempre en discursos lo suficientemente ambiguos como para repartir algo así como “esperanzas para todos”. “Desde 1983 hasta hoy, existe una tendencia, casi lineal, a la pérdida de identificación de los ciudadanos con los partidos… las personas que se sienten ajenas por completo a algún partido suman el 78%”. ¿Cómo podrá sostenerse un orden democrático representativo con un estado fuerte sin partidos políticos -se pregunta-, sin dar respuesta, el sociólogo Manuel Mora y Araujo? [9]
Por eso, cada vez que un nuevo grupo de influencia alcanza el poder, se transforma en una verdadera “caja de Pandora”, pues aún sus mismos votantes desconocen las políticas que se aplicarán. Sucedió con Frondizi, Illia, Onganía, Lanusse, Cámpora, Perón, los militares (entre 1ra. y 2da. Junta), Alfonsín, Menem y Kirchner. Y por eso, también, cada nuevo gobierno es un verdadero experimento “a ciegas” y, ya sabemos, los experimentos pueden salir fallidos. De ahí que las encuestas del humor colectivo cobren una significancia desproporcionada, más allá de la calidad técnica con la que éstas se realicen.
Este modelo improvisado y repentista suele derramarse sobre toda la sociedad. La visión a corto plazo se transforma en un paradigma y no parece ser un buen negocio proponer algo cuyos resultados no puedan verificarse en el presente próximo. Obsérvese lo que pasó con la llamada “Mesa de Enlace” agropecuaria: se opusieron con éxito a la Resolución 125, pero se olvidaron de consensuar la política impositiva de la tierra o cómo enfrentar los dilemas o las contradicciones que se producen en materia de comercio exterior. Salvo aquella oposición sin fisuras a la citada Resolución, todo lo demás fue ambiguo cuando no escondido deliberadamente, surgiendo continuas discrepancias que trascendieron no en base a uno, sino a múltiples voceros.
El CIPPEC ha analizado las “retenciones” al agro durante 144 años [sic], desde el año 1864, en que fueron del 100% hasta el 2008. El promedio de retención de esa casi centuria y media fue del 34%, con picos máximos del 60% (1919, 1990 y 2006 a la fecha) y pisos de 0% (1911, 1934, 1980 y 1995 al 2005). Cuando estas retenciones han excedido el promedio en forma significativa, siempre sobrevinieron crisis políticas importantes. No obstante, la improvisación oportunista pudo más, y se volvió a reiterar el mismo error. [10]
Convengamos que, con un programa ambiguo, a veces se consigue alcanzar el poder (el Preámbulo de Alfonsín, la no defraudación de Menem, el agrandar la “fiesta para pocos” de De la Rúa, o la desembozada demagogia duhaldista o kirchnerista). Pero lo que no se puede hacer con un programa de esa naturaleza, es gobernar bien. Es cierto que la actual administración ha podido mostrar algunos éxitos verificables: los resultados económico-sociales apuntados, por un lado, y algunas medidas concretas, como la asignación universal por hijo, por caso, por el otro (mientras que su creadora, Lilita Carrió, paradójicamente hizo la peor elección de su vida). Pero está muy lejos de lograr una gestión exitosa en términos de futuro próximo, proponiendo una administración que previniera un nuevo drama económico argentino y nos preparase competitivamente para los complicados tiempos internacionales que -a nuestro juicio- vendrán.
Resumiendo: culpar la derrota a la ineptitud de la oposición, es una forma de enmascarar la incapacidad de una gran mayoría del pueblo argentino a la que no le importa que cualquier gobierno afecte con su intervencionismo los intereses de otros sectores, siempre y cuando no sean los propios. Esa mayoría parece repetirse a menudo: “a mí me va bien, y después de mí, no me importan que choquen los planetas”. Al menos, hasta que chocan. Y, entonces, sus miembros se transforman en jueces implacables. Lo que han hecho en esta elección muchos ciudadanos con sus votos, es lo mismo que hicieron anteriormente algunos legisladores con sus bancas: borocotizarse.
Conclusión
Es muy probable -según nuestro análisis- que Argentina enfrente dificultades económicas severas en unos meses más, aunque el precio de la soja se mantenga por ahora en niveles record. Ya no tenemos los superávits gemelos ni acceso al crédito internacional y, por otro lado, las reservas del BCRA o los fondos de la ANSSES se están quedando exhaustos. Para colmo, estas vulnerabilidades que enfrentamos están expuestas, también, a detonantes provenientes del exterior. Europa continúa en estado crítico, en un escenario de “mirame y no me toques”, unida por el espanto antes que por el afecto de sus miembros. Por otro parte -según nuestras informaciones-, es probable que EE.UU. tenga en pocos días o semanas más otro cimbronazo de debilidad financiera, lo que aumentará la incertidumbre y el lanzamiento de manotazos del tipo “sálvese quien pueda”.
No alcanzará entonces con echarles la culpa a Clarín o a Standard & Poors. Tampoco nos podrá ayudar el premio Nobel, Joseph Stiglitz. La fiesta habrá que pagarla y no habrá shows de Boudou que permitan saldar la cuenta. Tal vez éste, apoltronado en el Senado, se pueda hacer humo y dejar que algún joven teórico de la cara, defienda lo indefendible y se transforme en el “hijo de la pavota”. La oposición: bien, gracias, aunque tan despistada como la Sra. de Kirchner, Zanini, De Vido o Verbitzky. Los argentinos, como Sísifo, tendremos que cargar nuevamente con la misma piedra y empezar de nuevo, pero cada vez más raquíticos. Sin duda, nos los merecemos pues no hemos sabido hacer nada para evitarlo. Somos como la perdiz, de vuelo corto y bajo.
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1. Free rider: Persona que se embarca clandestinamente para no pagar el pasaje. En economía, el problema del polizón se refiere a una situación en la que algunos individuos de una población consumen más que su cuota justa de un recurso común, o pagan menos de su cuota justa de los costos de un recurso común. Se aplica a quienes no se esfuerzan para lograr mejoras en una comunidad y se limitan a provecharse de esas mejoras.
2. “El crecimiento no alcanzó para corregir la polarización social”, por Alfredo Sainz, La Nación, sección Economía & Negocios, 01-08-2011, pág. 1.
4. “La copa América de la economía”, por Carlos Manzoni, La Nación, sección Economía & Negocios, 26-06-2011, págs. 1-2.
5. “No se detiene la fuga hacia el dólar y marcaría un nuevo record”, por Jorge Oviedo, La Nación, sección Economía & Negocios, 02-08-2011, pág. 1.
6. Promedio de los 17 indicadores provinciales de precios al consumidor de los últimos 12 meses, citado por Alfonso de Prat Gay, en su conferencia en la Universidad Torcuato Di Tella.
7. “Entendernos, sin asco”, art. cit.
8. “Entendernos, sin asco”, art. cit.
9. “Entendernos, sin asco”, art. cit.
10. “Retenciones y gasto público”, por Lucio Castro y Luciana Díaz Frers, CIPPEC, 24-06-2008.

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